El sábado 23 de noviembre y obedeciendo a un impulso de la noche anterior, me dirigí a la Plaza de Cibeles en Madrid, a participar en un flashmob contra la violencia machista.
Nunca había participado en nada similar y no sabía en qué consistía, al llegar me lo explicaron: maquilladas como si hubiésemos sido golpeadas, caminaríamos entre la gente por separado y en un momento dado caeríamos todas al suelo fingiendo estar muertas.
Quiero contar lo que aprendí.
Sabía que era teatro, sabía que duraría solo unos minutos, sabía que era una denuncia. Nunca en mi vida he visto de cerca el maltrato, nunca he recibido de mi entorno cercano otra cosa que no sea cariño, respeto y apoyo. Aquello, no iba conmigo, no era personal. Y sin embargo...sentí vergüenza. Eran las miradas de las personas con las que me cruzaba.
"Piensan que me han pegado"
En el metro, de vuelta a casa con la cara limpia, no paraba de darle vueltas a esa sensación, a lo que sería llevar esas marcas sin poder lavarlas. Tener que relacionarte, no ya con extraños, sino con conocidos. Seguir con la rutina, cualquiera que sea: ir al trabajo, hacer una gestión ante una ventanilla, recoger a tus hijos en el colegio, comprar el pan...Y sí, solo estoy hablando de la marca visible. No puedo imaginar el horror que encubre.
Solo me puse un trocito de su piel durante unos minutos y fue suficiente.
Nota: esa madrugada otra mujer murió, asesinada a golpes por su ex-marido, maltratador reincidente. Se llamaba Concha y tenía un hijo de seis años.
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