Aunque sólo sea por llevarle un poco la contraria a Elena y fomentar el debate, voy a dar una visión un poco distinta al tema de su último post.
Siguiendo un poco con la analogía de los Borg que planteaba Elena, tengo que daros una mala noticia: Ya estamos parcialmente asimilados, aunque no nos demos cuenta a veces. La buena noticia es que parece que en realidad, tampoco es tan malo, siempre que tengamos un poquito de cuidado.
Elena ya comentaba la diferente perspectiva ante la privacidad que tienen las personas de más edad comparados con los más jóvenes. Sin embargo, las mismas personas que se muestran muy celosas de sus datos personales más triviales, a la vez tienen la mayor parte de todos su información más sensible en registros de diversas administraciones públicas, desde dónde viven a cuánto cobran, con quién están casados o su historial de enfermedades.
Si alguien está en este momento poniendo cara rara y pensando en qué tendrá que ver eso con la privacidad, quizá debería pensar que en Estados Unidos no existe el equivalente federal al Documento Nacional de Identidad porque para algunos sectores de su población, la mera exigencia de estar inscrito obligatoriamente en un registro del gobierno es la marca de un estado totalitario. Tal cual. El que a la mayoría de nosotros ese concepto nos pueda parecer ridículo ya es una seña de hasta que punto estamos asimilados en el sistema. Claro, que nosotros en general no creemos que el gobierno nos espíe.
Aprovecho para mandar desde aquí un saludo a los ordenadores de la NSA que estarán examinando este post.
Son comunes las tarjetas de puntos de distintas empresas (grandes superficies, combustibles, compañías aéreas, ...), en principio utilizadas para fidelizar a clientes, pero que también dan la posibilidad de estudiar sus hábitos de consumo. Claro, pasar la tarjeta de puntos en el supermercado no parece nada del otro mundo, pero al hacerlo está quedando reflejado dónde, cuando y qué compro, tan seguro como que Google utiliza nuestras búsquedas para colarnos después en cualquier página la publicidad que más nos podría interesar.
La inquietud proviene probablemente de la falta de confianza en quien sabe tanto de mi, y en si lo va a usar bien o mal. Aunque no consigo imaginar cómo alguien puede usar en mi contra el dato de que mis hijos se van de excursión, sobre todo porque ni siquiera tiene por qué ser verdad. El Big Data puede hacer conjeturas y suposiciones, y a veces acertará pero otras muchas fallará, aunque le daremos más importancia y recordaremos más al primer caso que al segundo. Por ello, es normal pensar que saben de nosotros más de lo que realmente saben, y tener la duda de si pueden saber algo más. El caso es, que esta difusión de datos personales está ya mucho más extendida de lo que muchos de nosotros pensábamos, y la verdad, salvo un cierto sentimiento de alarma, no veo que nos esté afectando demasiado.
La recopilación de datos personales con autorización, incluso en temas enormemente sensibles, es algo habitual, tanto para estudios médicos o científicos como para por ejemplo encuestas. Muchos de los datos privados en posesión de las administraciones públicas que comentaba al principio, son publicados rutinariamente, una vez anonimizados, en forma de estadísticas, por ejemplo por el INE. Estos datos tienen un valor enorme para la sociedad como conjunto, si bien para mantener esa confianza es necesario que no puedan ser utilizados en contra de los individuos que los generaron. No es un escollo insalvable, ni mucho menos. Como cualquier tecnología, debe ser utilizada con responsabilidad. Y hay que recordar que nuestra legislación ya da una cierta protección a nuestros datos personales, con especial cuidado en datos particularmente sensibles como los médicos.
Si me preocupa la privacidad (y lo hace) la solución no es renunciar a las ventajas de un mundo rico en información, sino gestionarla adecuadamente y de forma responsable.