Autor invitado: @Demostenes_av
Últimamente se me hace cada vez más difícil tener opiniones sobre las cosas. No es que no las tenga, claro, sino que cada vez me cuesta más expresarlas de forma responsable. Llámenme raro, soy de los que creen que no hay derechos sin deberes, y que si tengo libertad para expresar mi opinión, también tengo el deber de no tocarles las narices a los demás soltando una estupidez. No siempre lo consigo, pero lo intento.
Esa actitud parece ser cada vez menos frecuente. O quizá es que los bocazas que dicen lo primero que se les pasa por la cabeza hacen más ruido que nunca. Puede que en la era de Facebook y Twitter, y de tertulias televisivas que tampoco tienen mucho más nivel, sea inevitable. Quizá toda la gente prudente está callada esperando tener algo interesante que decir.
A eso se añade que no es lo mismo opinar de unos temas que de otros. Por ejemplo, no soy un experto ni mucho menos en economía, pero uno va cogiendo un poco de aquí, otro poco de allá, y poco a poco te vas enterando de cosas y empiezas a tener algo valioso que decir. Mientras uno sea lo suficientemente humilde como para admitir el error, rectificar y aprender, no hay problema si resulta que no tenías razón. No hieres los sentimientos de nadie. Pero en otros temas con una gran carga emocional, uno no es que pueda estar equivocado, es que directamente puede acabar siendo una mala persona a los ojos de quien piensa lo contrario.
La primera reacción a ello en cualquiera que se considere a sí mismo como una persona más o menos decente es, lógicamente, pensar que la otra persona no tiene razón. Claro está, si el otro cree que soy malo y sé que en general soy bastante bueno, será que se equivoca. Pero en la mayor parte de personas realmente decentes, una vocecita les preguntará “¿Y si tiene razón? ¿Y si tienes prejuicios? ¿Y si te estás comportando mal, y ni siquiera te das cuenta?”. Casi por definición, no se puede demostrar la ausencia de algo de lo que no te das cuenta. Si uno es sincero consigo mismo, es algo que no se puede descartar del todo, y tener mucho cuidado con lo que se opina en público se convierte en la única actitud responsable.
El dilema es que no todo el mundo se comporta así, claro. Y los demás también tienen prejuicios. Los demás también se equivocan y, obsesionados con las injusticias hacia ellos, le quitan importancia a las injusticias que se comenten hacia otros. No siempre la prudencia o le equidistancia es una opción. A veces hay que tomar partido, aun a riesgo de equivocarse.
Les contaría qué creo que habría que hacer para resolver estos dilemas. Pero no estoy seguro del todo, y sigo pensando en ello, así que siguiendo mi propio consejo, me guardo mi opinión. Pero si alguien ha alcanzado la iluminación, y tiene una respuesta, me encantaría conocerla.
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