Sub-cabecera

Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

martes, 11 de noviembre de 2014

No quiero saber nada de la vida privada de nadie.

No quiero que me lo cuenten, ni que se fisgue, ni que nadie tenga que reclamar su derecho a acostarse con quien quiera, a ser fiel o infiel, a dar explicaciones.
No quiero que se juzgue a nadie en virtud de si se va a la cama con alguien por amor, por aventura, por dinero o porque le da la gana.
Me niego a meterme en la vida de nadie y reclamo la defensa a ultranza del derecho a hacer lo que a uno le plazca en su vida privada, con sus recursos privados y dentro de los márgenes que marcan las leyes.

Si el Sr. Monago y D. Carlos Enrique Muñoz Obón, tienen relación con una señora o con dos, no es mi problema, ni tengo ningún derecho a preguntar por ello, ni quiero vivir en una sociedad que cree que sí.


Por eso es imprescindible que, cuando se hace uso de dinero público, haya mecanismos neutrales de control. Porque si estos mecanismos no existen, se fisga. Da igual que no haya sospechas y sobre todo, si las hay.
Se fisga porque es la única vía que queda para asegurar mínimamente el uso correcto de los fondos públicos y así, pasamos de la aplicación de la norma, al chismorreo.
Por eso, cuando el sr Posada, Presidente del Congreso de los Diputados dice
“Yo sigo defendiendo que un diputado nacional tiene que poderse mover por España con toda libertad”
pienso que es demagogia.

No solo los diputados sr Posada, ¡faltaría más!, pero para garantizar esa libertad es necesario la aplicación de unas mínimas normas que quiten la sospecha de encima de todos. Cuando no hay normas que regulen de forma transparente el manejo de dinero público, desaparece la libertad de todos los que lo utilizan. Cuando uno de ellos abusa, o simplemente bordea los límites, todos pagan por ello.
Así que, en aras de esa libertad, apliquen el propio Reglamento del Senado, busquen las Normas de La Mesa, y si no las hay, creénlas de una vez, pero no esgrima la libertad porque es, precisamente ella, la que sale más perjudicada de esta situación.

No exagero. Alfonso Alonso ha dicho hoy que "esto no es el colegio" y estoy de acuerdo. Compórtense como adultos en lugar de ir saltando de escándalo en escándalo.
No, no exagero nada. Vean si no, esta noticia en La Razón:
"Olga María, la colombiana "cazadiputados"
A partir de ahora, la culpa de las mariscadas con dinero público será de las langostas. ¡Por estar tan buenas!

3 comentarios:

  1. Hola Elena, desde 30 de diferencia hemos decidido "nominarte" a los Liebster Award para que contestes a unas cuantas preguntas y dar un poco de difusión a los blogs. Espero que no te importe y siéntete libre para hacerlo o no con total libertad. Saludos.

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  2. Tengo la sensación de que en toda esta cuestión se repiten continuamente un rosario de tópicos que tal vez velen parte de la realidad.

    Me pregunto qué pasaría si un parlamentario tuviera pasión por la vulcanología, se desplazara frecuentemente desde la Península a Tenerife para seguir los estudios del Instituto Vulcanológico de Canarias y cargara los billetes al parlamento. Mucho me temo que eso no iba a despertar el interés de los medios, ni, tampoco, iba a tener ni audiencia ni respuesta social significativa. Si no hay algún tipo de morbo, hay anestesia. Ésta es la sociedad que tenemos.

    Hablamos de transparencia. Sí, transparencia imprescindible, pero parece que también la respuesta va a ser puramente formal, atendiendo a cubrir algún síntoma, pero sin querer entrar en la etiología profunda de esta patología.

    Quizás el referente más obvio sea el de la contratación administrativa: hemos incorporado todas las directivas comunitarias y además hemos añadido toda suerte de legislación de nuestra propia cosecha, hasta convertir la contratación, en algunos casos, en un calvario burocrático. Y sin embargo, ahí están los casos bien conocidos, las tramas y los “3%”. No, no es una cuestión de añadir más capas de normativa.

    Miremos alrededor: en muchos países que ni siquiera han incorporado las directivas comunitarias de contratación y que tienen una reglamentación bastante sencilla, apenas hay casos de esta naturaleza (Reino Unido, Holanda, Países Nórdicos). Algo falla, y me temo que lo que falla no es, precisamente, la falta de normativa.

    Y lo peor es que, tal vez no falle algo, sino que fallen muchas cosas, empezando por nuestra historia: hijos de la picaresca y huérfanos de la ética protestante del trabajo.

    Sí me parece útil el mirar con detenimiento a esos otros países europeos en los que el mal uso de los recursos públicos es casi inexistente. Descubres que, además de su historia, tienen otros elementos que nos hacen muy diferentes. Así, resulta que con cada cambio de gobierno no se produce un cambio masivo de directivos públicos (lo que aquí sería equivalente a nuestros directores generales y subsecretarios). Descubres también que no suele confundirse un partido político con una agencia de colocación o con un sindicato de intereses. Y eso no se logra aprobando una ley, creando algún nuevo órgano administrativo, o abriendo una página web de transparencia, ¡como si no viviéramos en la época de los buscadores! ¿Vamos a dar por buenas, otra vez, “soluciones” cosméticas?

    ¿La corrupción en los tiempos del ébola? Sí, sabemos que si el ébola se ha extendido en África occidental y no ha prendido en Europa o Estados Unidos es porque nuestro entorno, nuestras condiciones ambientales, de vivienda o de saneamiento son muy diferentes. El virus es el mismo, pero el ecosistema al que se enfrenta es muy diferente, y aquí no hay un terreno abonado para su expansión. Lo mismo parece aplicable para la corrupción: un entorno riguroso, unos servidores públicos sin miedo a ser condenados al ostracismo, unos formadores de opinión que hagan algo más que repetir los tópicos al uso, una regeneración de las formaciones políticas, unos medios de información rigurosos… Éstos, entre otros, son, a mi entender, alguno de los elementos imprescindibles para que no pueda prosperar la plaga de la corrupción.

    Recuerdo que Gramsci decía que el pesimismo es fruto de la inteligencia, y que el optimismo nace de la voluntad. Esperemos que esta sociedad sea capaz de avivar esa voluntad, y que el aire de un tiempo nuevo pueda cambiar el sino de nuestra historia.

    Como siempre, un placer seguir “Inquietanzas”

    Anguebus

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  3. Gracias JL y gracias Anguebus. Disculpad que no haya respondido en forma y tiempo debido.
    Somos inteligentes y tenemos voluntad. Sabemos lo que hay. Mantengamos el optimismo.
    Un abrazo
    Elena

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