Foto: Mercedes Alfaro |
No supe querer a mi madre hasta que no lo fui.
No entendí lo excepcional que era mi madre, hasta que no se mostró en toda su fragilidad, hasta que se dejó cuidar y pidió que le cogiésemos la mano para conciliar el sueño. Hasta que no nos dejó besarla a demanda, sin restricciones ni miramientos.
Mi madre se me escapa. Hay algo suicida en su forma de vivir, que resulta aterrador y fascinante a un tiempo: sin prudencia, sin dosificarse, con la seguridad y la alegría de esos seres que disfrutan la vida, en cuanto ésta les da la menor ocasión.
Mi madre fue plena. Lo hizo todo y todo lo hizo bien. Amó sin mesura y nos hizo reír y adorarla, mientras nos partía el corazón disfrutando de un helado de chocolate, demostrando que hay que estar donde uno está, en cada momento.
Era la mano que te empujaba a lo máximo, fuera lo que fuera que hicieses, mientras obraba milagros, cada día, a la hora de comer.
Era la que te enseñaba que lo mejor, es enemigo de lo bueno; la que veía a la persona en aquel que sufría y no juzgaba; la que no soportaba que a un niño le faltase leche o un juguete el día de Reyes. Era la que sentía los hijos ajenos como propios, como si fuera algo natural; la que tenía decenas de nietos de su sangre y muchos otros que la adoptaron por abuela; la que decía que esto o aquello, procedía de una aportación de su hijo "tal", cuando salía de su monedero y luego te lo contaba porque le parecía mal mentir.
Era la que te hacía bueno, la que nos hizo mejores de lo que nunca fuimos; la que se creía rica porque a final de mes quedaba algo en la cuenta; la que hizo de mi padre un general; la que exigió estudios y carné de conducir a sus hijas para que nunca tuvieran que depender de un hombre pero luego servía el mejor plato a su esposo y se enfurruñaba cuando éste nos lo repartía.
No fue hasta que nos necesitó, que comprendí que mi madre no era todopoderosa. Y entonces se hizo aún más grande. Entonces descubrí que todo cuanto hizo en su vida, lo hizo porque creyó que era justo y debía hacerse, sin más.
Salió por la puerta grande, triunfante, dejando huérfano a todo aquel que la conoció y se admiró de lo que un ser humano puede llegar a ser.
Madre si yo pudiera decirte al oído lo mucho que extraño no estar contigo y la falta que me hace mirarte, sola en silencio me quedo, con mi alma gritando alterada y desesperada para que tú, estés donde estés en aquel gran cielo azul me escuches, pensar que cada día que pasa el dolor es mas grande pero el silencio de la espera en paciencia de que algún día a tu lado estaré diciéndote al oído lo mucho que te extrañé...
ResponderEliminarLo siento mucho
Muchísimas gracias :)
EliminarMuy bonita tu entrada. Tanto como las palabras de tu hermano en el funeral.
ResponderEliminarMuchas gracias Andrés, por ambas cosas.
ResponderEliminarQué grandes nuestras madres, ¿Verdad?, ¡Cuánto me recuerda lo que cuentas de tu madre a la mía!. Siempre he dicho que ella y mi hijo son mejores que yo. Ahora siento que se me va, impotente por no poder pasar más tiempo con ella, porque esta pandemia nos aboca a querer protegerla del contagio apartándonos de ella, charlando a la distancia, echando de menos su presencia en nuestra casa... Y diluyéndose poco a poco, porque el tiempo pasa y ella vuela rápido hacia los 86. Y la ansiedad me atrapa: hace años que vivo mirando de reojo el tiempo que mi madre aun podrá pasar conmigo. El mazazo de la vida llegó con el Covid. Creía que tenía bajo control la ecuación del tiempo compartido con ella. Y ¿cuál ha sido mi sorpresa? que esto de la pandemia sí que no me lo esperaba.
ResponderEliminarElena, tengo la impresión de que te pareces muchísimo a mí y tengo unas sensaciones extrañas después de descubrirte en el blog. Te pareces más a mí que cualquiera de mis hermanas y cuál ha sido mi sorpresa al encontrarme con alguien que siente parecido a mí y que escribe, como yo, porque necesita expresarse. Eres una artista, en el sentido de expresar por escrito esas emociones que resultan tan fuertes que hay que abordarlas. Me has sorprendido. Un saludo,
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