"Hay gente que viaja de pie en los trenes y eso nunca se había visto en Suiza"le pueda parecer a alguien una explicación del resultado del último referéndum estrella de Suiza.
Lo reconozco, nada más inquietante que algunas certezas - ésas, que parecen haber estado siempre en tu cabeza - enseñen la patita por debajo de la puerta y te hagan dudar sobre su validez. Todos tenemos creencias universales la mar de particulares.
Iba a ser éste, un post de opinión, en el que exponer cómo el caso de Suiza enfrentándose a la decisión de volver a levantar la bandera de las cuotas a la inmigración también para los ciudadanos europeos me había hecho dar la razón a los que postulan que no es tan buena la cosa como la pintan, pero conforme han pasado los días y se han amontonado las lecturas, vuelvo a dudar de la duda anterior.
¿Democracia directa o casi directa, como hacen los suizos, que concentran varias cuestiones por día de votación - tal es el número de cuestiones que someten a consulta de los ciudadanos - o un sistema similar al nuestro, en el que nos preguntan una o dos veces en la vida o bien amagan con hacerlo cuando la legislación no lo permite?
Yo me decantaba con todo el corazón por la primera. Me parecía más arriesgada pero mucho más honesta, más "democrática". Así que empecé a analizar por qué me disgustaba tanto lo sucedido en Suiza.
Nada más conocer el resultado hablé con un amigo español residente allí desde hace mucho tiempo, que al igual que yo, lamentaba el resultado pero sorprendentemente, seguía considerando el sistema como el mejor de los posibles.
Deploraba el resultado, no solo por ser una persona cabal, sino porque, me explicaba, no respondía a la lógica de los datos, no se justificaba desde el punto de vista económico (argumento de los promotores de la iniciativa) sino que habían utilizado el miedo de la gente. A pesar de eso, valoraba la buena participación - 56,5% - a lo que yo respondí, que era buena para decidir qué fuente colocar en una plaza, pero no para tomar una decisión de ese calado y que en buena medida, podía mandar al traste un montón de acuerdos con la UE.
Todo esto me llevó a considerar algo que ya había pensado en muchas ocasiones y que puede sonar un tanto incorrecto: el pueblo no es sabio.
No, no lo somos, ni individual ni colectivamente. No lo somos cuando demostramos que basta que un líder u organización agite el espantajo del odio al otro, o del miedo a la pérdida de la calidad de vida, para que un "pueblo" avanzado, instruido y acostumbrado a practicar decisiones democráticas, se manifieste de semejante modo.
No valoro lo que interpreto de esa decisión en aspectos más o menos éticos, sino ya solamente en parámetros económicos. La oposición a la iniciativa - liderada por el propio gobierno - mostró datos durante la campaña para demostrar lo perjudicial de tomar la decisión equivocada, trató de desmontar las falsas ideas que se transmitían sobre el abuso masivo de los beneficios sociales por parte de los inmigrantes, explicó la necesidad que de ellos tenían los propios suizos para garantizar el sistema de pensiones, rejuvenecer la población etc. No fue suficiente.
Y yo pensaba, si esto pasa en Suiza, me aterra pensar lo que ocurriría en España.
No me gusta nuestro sistema, al menos no me gusta tal y como está ahora, y no sé si me ha dejado de gustar el "ideal" suizo solo porque creo que han tomado una malísima decisión - como la tomaron en 2009 cuando la sentencia "La construcción de minaretes está prohibida" quedó incluida en el artículo 72 de la Constitución de Suiza por decisión popular - o realmente me ha asustado pensar que las decisiones que afectan al futuro de las personas puedan estar en manos de los "hacedores" del mejor marketing.
Pero ayer se cumplieron 126 años del nacimiento de Clara Campoamor y me di el gusto de leer su histórico discurso y repasar los detalles del intercambio de argumentos con la otra mujer presente, Victoria Kent:
"Ah! Se dice que el peligroso voto de la mujer puede dar el triunfo a la Iglesia. Yo les diría a estos seudoliberales que debieron tener más cuidado cuando durante el siglo XIX dejaban que sus mujeres frecuentaran el confesionario y que sus hijos poblaran los colegios de monjas y de frailes. ... Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho como ser humano, dejad que actúe en Derecho, que será la única forma de que se eduque en él, fuere cuales fueren los tropiezos y vacilaciones que en principio tuviere"
Y volvía a dudar de la duda. Veía que mi razonamiento se parecía peligrosamente al enarbolado por Victoria Kent (la mujer votaría lo que la iglesia dijera).
Ante el riesgo de votar "mal" mejor restringir el voto. Volver a tratarnos los unos a los otros como menores de edad y entendimiento.
¿Pero qué ocurre cuando los que deciden, han sido desacreditados una y otra vez, sobre el papel y ante los hechos? O como decía Mafalda cuando - creo que era Miguelito - le proponían la creación de una escuela para formar a los gobernantes: sí, pero ¿quiénes serían los profesores?
No sé cual será la mejor opción, supongo que cuando hablamos de un país de cerca de 7 millones, la solución ideal no es la misma que cuando tienes más de 47 millones de compatriotas, pero somos igual de humanos en los miedos e igual de celosos de lo nuestro en cualquier punto del globo. Antes tenía fe ciega en la formación. Ahora, aunque la sigo considerando condición necesaria, ya no me parece suficiente.
Tras varios días de darle vueltas a este asunto se me ocurre que, tal vez, el quid de la cuestión esté en tomar conciencia de nuestras propias debilidades y siendo así, adoptar las medidas de seguridad que sean necesarias.
Mecanismos de control - tanto en un sistema como en el otro - que reduzcan el riesgo de ser víctimas de nuestros propios vicios, de que - amparándonos en la búsqueda de altas cotas de democracia - terminemos adoptando medidas antidemocráticas "por mayoría" o bien que la excusa de la representación delegada sirva para que durante 4 años, la voluntad del representante usurpe la del representado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario