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Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

jueves, 10 de octubre de 2013

La humildad de legislar. (Cosas sencillas que deberíamos haber aprendido de nuestros padres)

Asisto con enorme desaliento al penúltimo paso de la creación de una nueva ley orgánica de educación, algo que nunca me ha quitado el sueño, porque confío en los maestros y el proyecto educativo del centro donde he escolarizado a mis hijas, porque las charlas, en la cocina de casa, sirven para aclarar los puntos oscuros, porque la tecnología es maravillosa y casi gratuita cuando merece la pena, y porque vivo en una ciudad donde la oferta cultural es inmensa si uno tiene la inquietud y las ganas suficientes de encontrarla.
Ahora me preocupa, no por el contenido educativo propiamente dicho, (al final más sabe el maestro por maestro que por funcionario del ministerio), sino por el espectáculo lamentable que nuestros supuestos representantes han vuelto a ofrecernos. Ganas me dan de elevar la voz y decirles: ¡señorías compórtense, que hay niños delante!, y si a los jugadores de la selección de fútbol les afeamos que, vaso de cerveza en ristre, se paseen festejando un triunfo merecido, ustedes deberían sonrojarse cada vez que se crucen con un chaval en pantalón corto y mochila al hombro.

Una conversación a altas horas de la noche con una mujer inteligente y carente de prejuicios, de esas que estimulan, porque se habla sin punto de llegada previsto, porque se escuchan los argumentos y de ellos surgen nuevas dudas, nuevas ideas, nuevas formas de enfocar el problema. Una discusión con mayúsculas, donde abundan expresiones como: tienes razón, fíjate en lo que has dicho, porque si lo hiciéramos así...
Una conversación entre personas que respetan la inteligencia del otro. Una conversación en la que se aprende y se avanza.
Y luego están ustedes, y sus mayorías. Y sus minorías que sumadas hacen otra mayoría distinta. Y sus ideologías e intereses filtrándose en cada palabra, cada coma que reflejan en el texto legislativo. Y sus enmiendas y sus pataletas, y sus amenazas y baladronadas y sus constantes apelaciones a la ciudadanía que últimamente en nada se ve reflejada.
Y de esas conversaciones a altas horas de la noche la conclusión sencilla. Lo que les falta es humildad señorías, por varias razones:
Porque los informes señalan una y otra vez que no lo hemos hecho bien en el pasado, o al menos todo lo bien que sería deseable y lo hicieron ustedes.
Porque la realidad demuestra que seguimos sin hacerlo bien en la actualidad y siguen haciéndolo ustedes.
Porque hacer una ley que pretende preparar a los niños y niñas para el mercado laboral no es que no sea una idea adecuada (ni entro siquiera en eso), es que es simplemente una estupidez. Si fuesen ustedes capaces de conocer los requisitos que les exigirán a nuestros niños dentro de 15-20 años España no estaría en crisis porque serían ustedes auténticos magos.
Porque los que más cerca están de las aulas son los que más protestan y a los que menos escuchan.
Y porque no parecen haber aprendido mucho de sus padres.

Cuando unos padres trabajan, ahorran, se esfuerzan y dedican casi todo su tiempo libre a ayudar a sus hijos a crecer, a formarse y estar en posición de luchar por materializar sus aspiraciones, lo hacen sabiendo que es una inversión a fondo perdido. Y se acepta así, porque es ley de vida, sencillamente.

Es una inmensa inversión de recursos y vida propia, que no tendrá retorno, y de haberlo, será contemplar a la persona en la que ese niño se ha convertido. No hay medallas ni quedará registro, no hay resultados a corto plazo y sí muchas rectificaciones en función de las circunstancias.
Anoche imaginaba a unos padres que no se pusiesen de acuerdo y tratasen de imponer, por turnos de 4-8 años, su "visión" de la educación, aplicándola en su hijo. El angelito tendría que pedir, con razón, socorro a un pariente extranjero.

Hacer una ley de educación es ser humilde y generoso, hasta el punto de reconocer que lo mejor, en estos casos, es enemigo de lo bueno. Es dejar la ideología, las pequeñeces y la religión de cada uno, en casa y mirar muy lejos. Hacer algo con espíritu de perdurar, lo suficientemente flexible para que el que sabe, el docente, pueda encajarlo en su día a día sin que le impida innovar. Es contribuir en lo pequeño aunque me nieguen lo grande. Es renunciar a titulares. Es sacar los negocios del debate. Es comprometerme a crear algo que respetaré (aunque no me guste) y trataré de mejorar.
Y ustedes, con honrosísimas excepciones, no han hecho eso.
Y que la LOMCE sea maravillosa o una porquería, da igual, porque su aplicación solo estará condicionada a que el partido que la ha creado consiga reducir drásticamente el paro en dos años. Si no,  morirá, ya que ,con tremenda desvergüenza, hay señores con categoría de excelentísimos que dicen "nos la vamos a cargar" en cuanto gobernemos. Porque los impulsores de esta ley no tienen más avales que una mayoría absoluta obtenida gracias a que el anterior terminó la legislatura con un país arruinado y haber logrado batir  el récord de críticas recibidas. Porque, aunque se empeñen en demostrar lo contrario, ni escucha, ni se le espera.

Y nada de todo eso tiene que ver con la educación y la formación. Así pues, tendremos que ser maestros y padres quienes tratemos de cumplir las leyes sin perjudicar demasiado a nuestros hijos.


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