Decir que odias las duchas para
lavarse los pies de la playa, no parece un principio muy estimulante para un post,
pero tal vez sea verdad lo que decía Cioran, y escribirlo evite que cualquier
noche me pierda e inutilice una dotación pública.
Tiene que ver con las banderas
azules y no es potable (faltaría más!), me dicen, pero no entiendo que la
limpieza y accesibilidad de una playa dependa de que todo quisque se lave los
pies antes de sacar las chanclas al asfalto.
Por las tardes bajo con un
libro, una camiseta, las llaves y una silla, a leer a la playa. No concibo
mejor remedio a los males de este mundo, pero es la hora en la que muchos la abandonan y
comienza el uso intensivo de los dichosos aparatos.
Ayer me levanté 4 veces a cerrar
los grifos. Son pulsadores de tiempo que se atascan y no recuperan la posición
original, por lo que el agua sale a chorro hasta que alguien se toma la
molestia de desbloquearlo.
Me repugna el barrizal que
discurre pendiente abajo hasta la orilla, me disgusta la actitud de algunos padres
que ven a sus hijos jugar con ese agua durante horas y sonríen, cuando a
escasos metros disponen de todo el Mediterráneo para chapotear y disfrutar. Me
cabrea que, viviendo en un país de sequía crónica, mostremos tan poco respeto
por el agua.
Un día me gustaría hacer un
experimento: si quieres agua, echa una moneda de 20cts. Es una cantidad
insignificante, pero creo que sería suficiente para hacernos conscientes de que
el servicio tiene un valor.
Miro esa fila de personas
esperando (¡!) y me pregunto cuántas de ellas considerarían tan necesarias esas
abluciones como para pagar 20 cts por cada una de ellas.
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