Sub-cabecera

Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

jueves, 25 de febrero de 2016

Pactando voy, pactando vengo

Autor invitado: @Demostenes_av

Cuando se cumplen un poco más de dos meses desde las  elecciones con los resultados más repartidos del periodo constitucional llega por fin el primer pacto entre dos fuerzas políticas. Era inevitable que un pacto llegara antes o después, la pregunta era entre quién y en qué términos. También era inevitable que fuera sólo un primer paso hasta poder llegar a una investidura, ya que ninguno de los bloques que negociaban con el PSOE (Podemos con sus confluencias, UP y Compromís por un lado, y Ciudadanos por el otro) llegan a dar la suma de escaños para la mayoría absoluta. El PP, lastrado por su gobierno durante la última legislatura y los casos de corrupción, ni está ni se le espera en la mesa. No es que el PSOE pueda sacar pecho en ese campo tampoco, precisamente, pero el público tiene memoria corta y el PP la “mala suerte“ de que sus tramas estén saliendo justo ahora.

En cualquier caso, viendo las posiciones negociadoras de unos y otros desde el 20D, no es muy sorprendente que los primeros en llegar a un acuerdo con PSOE hayan sido Ciudadanos. Eran los únicos que tenían incentivos claros para no repetir elecciones, y su documento de base para la negociación, de sólo cuatro páginas y con una versión muy simplificada de su programa, dejaba amplio margen para acomodar las propuestas del PSOE. Esta situación era diametralmente opuesta a la propuesta de base de Podemos, llena de exigencias y presentada con unas formas que harían dudar a cualquiera de su sinceridad. Creo que hay un consenso bastante amplio en que el juego de Pablo Iglesias siempre ha sido forzar unas nuevas elecciones, en las que creía que podría dar el sorpasso al PSOE, pero sin asumir el coste de aparecer como el que bloqueó un posible acuerdo de izquierdas (lejos quedó ya el eslogan de “no somos ni de izquierdas ni de derechas”, algo hemos ganado al menos).


Las reacciones

Las reacciones al pacto también son las esperables. Satisfacción en general en los partidos firmantes (aunque siempre hay algún disidente que piensa que al no conseguir el 100% del programa se está traicionando los principios del partido o algo así), y un rechazo en los que no participan del acuerdo –ni querían participar-. Así, el mismo texto ha sido considerado a la vez como “muy regresivo” por Alberto Garzón, y como “puramente de izquierdas” por el Partido Popular. Es lo que tienen las propuestas moderadas, reciben golpes de todas las direcciones. Las críticas por parte de la antigua directiva de UPyD a Ciudadanos eran, por otra parte, tan esperables como la salida del Sol. Todos coinciden en señalar que efectivamente se quedan en 130 escaños y siguen necesitando el apoyo de alguien más, en especial para sacar adelante cambios constitucionales (cosa que, además de obvia, ya dijo el propio Rivera el lunes). Creo que no hay que leer demasiado en estas críticas, por dos motivos. Por un lado, se corresponde plenamente con la posición táctica de los partidos. Por otro, estas críticas son en su mayor parte vagas e inconcretas, o centradas en aspectos secundarios.

La principal ha llegado desde la izquierda y es el aparentemente menor coste del despido para trabajadores temporales, que no deja de ser un caso marginal porque en el 99% de los casos estos contratos simplemente se dejan llegar a su fin, lo que implica una indemnización mucho menor. En cualquier caso, PSOE y Ciudadanos ya han aclarado que se trataba de un error y que donde hablaban de indemnización de despido se referían efectivamente a la de terminación de contrato, que no bajaría sino que quedaría igual el primer año y se incrementaría los siguientes, quedando la indemnización por despido objetivo o improcedente como hasta ahora. La versión del pacto en la web del PSOE ya recoge este cambio.

Si este punto, ya subsanado, era la principal crítica concreta a un documento de 60 páginas, parece que tan malo no será. Por supuesto, como comentaba el usuario @ianhazlitt en Twitter, “cuando A y B pactan no sale exactamente el programa de A al 100% ni el de B”. “(y lógicamente, mucho menos los maximalismos de C o los de D)”, apuntillaba yo. Si alguien esperaba que un acuerdo con PSOE incluyese grandes recortes de impuestos, o que se propusiese volver a las indemnizaciones de despido de 45 días por año (sobre todo después de tanto ensalzar el modelo nórdico), tiene motivos para estar frustrado por este pacto, pero partía de unas expectativas poco realistas.

Habiendo cosas que me gustan más que otras, me parece un buen pacto, sensato y moderado, con algunas buenas ideas que hace falta concretar. No veo que tenga muchas estridencias que lo conviertan en algo inasumible para casi ningún partido, excepto DiL, ERC y quizá En Comú Podem por el rechazo explícito que se hace de los referéndums de autodeterminación (punto que siendo una línea roja para Podemos, ha estado curiosamente ausente de sus críticas durante todo el día). Evidentemente no recoge todas las aspiraciones y preferencias de todos los partidos, pero para ello un partido tendría que haber conseguido una clara mayoría en las elecciones, y no fue el caso para ninguno.


A dónde vamos desde aquí

Volvemos al terreno estratégico, a la especulación y a la teoría de juegos. Que PSOE y Ciudadanos hayan sido capaces de llegar a este pacto es importante por dos motivos. Por un lado, ya suman más escaños que PP, lo que quita aún más base al mantra (falso, por otra parte) de que Rajoy ganó las elecciones por sacar más votos que los demás y que por ello debería ser presidente. Pero sobre todo, porque en una situación de bloqueo, presenta a ambos como fuerzas capaces de llegar a pactos, con un acuerdo razonable. Si hay nuevas elecciones, esto puede convertirles en el “voto útil” de izquierda y derecha. Si bien la tendencia de Podemos y PP tras en 20D era a subir y la de PSOE y especialmente Cs de bajar en intención de voto, esa tendencia podría estar cambiando y resultar ser la opuesta. Ya en las encuestas publicadas la semana pasada se apreciaba un mantenimiento de expectativas para PSOE y una mejora para Cs a costa del PP, con una ligera tendencia a la baja de Podemos, y este pacto podría acentuar este cambio. Si bien puede ser interpretado en términos electoralistas, esto afecta también a la estrategia de pactos: no hay mejor forma de evitar nuevas elecciones que conseguir convencer a tus rivales de que las ganarías.

Ayer, tras el anuncio del pacto, Podemos anunció que se retiraba de las negociaciones a cuatro entre fuerzas de izquierdas. Esto no es más que un gesto de cara a la galería: nada les impide coger el acuerdo PSOE-Cs, señalar que cosas no le gusta, y negociar el cambio con ambos. De hecho, internamente parece que hay voces que apuestan por la abstención. Resulta curiosa la reacción de Compromís, que por la mañana decía no estar muy en contra del pacto alcanzado, y por la tarde se levantaba de la mesa de negociación con Podemos, aunque sin cerrar definitivamente la puerta. PNV, por su parte, parece que está cerca de llegar a su propio acuerdo con PSOE.

En definitiva, según se acerca la fecha del debate de investidura el tablero de juego se clarifica pero se vuelve a la vez más impredecible. Las cosas más o menos lógicas están pasando, los que querían pactar lo han hecho o están en ello, y los que no... pues no. Mucho de lo que veamos en los próximos días (al igual que en las últimas semanas) tendrá bastante de teatrillo. Para Podemos y PP, abstenerse en la investidura de Sánchez sin conseguir nada a cambio tiene un coste político con sus bases. Si de repente deja de interesarles ir a nuevas elecciones, y no pueden negociar algo con PSOE, su mejor opción es que sea el otro partido el que se abstenga para quedar como líderes de la oposición. Y ahí entrarían en un juego del gallina entre ellos en el que la teoría de juegos dice que la mejor estrategia es hacerte pasar por un loco que nunca, nunca, nunca se abstendría incluso si al no hacerlo saliera perdiendo. Si no pasa algo raro previamente, muchas cosas pueden decidirse el día antes de la 2ª ronda de la votación de investidura. Creo que todo el mundo asume que la 1ª ronda será infructuosa.

Esto es, por supuesto, si de verdad a PP y/o Podemos dejan de interesarles ir a nuevas elecciones. No sabemos que encuestas manejan, o que presiones internas tienen influyendo en una dirección u otra, o el papel que pueden jugar los egos de determinadas personas clave.

A día de hoy, creo que lo más probable es que Pedro Sánchez sea el próximo presidente del gobierno de España. Falta por saber es si será en una semana o dentro de unos meses, y quién cederá para ello. Lo que es seguro es que la legislatura, empiece cuando empiece, va a ser movidita. Tenemos partida de Risk para rato.


(Lo de la emergencia social, ya tal.)

lunes, 22 de febrero de 2016

A mi hija, África

Por: Autor invitado

A mi hija África, llena de una especial "cositividad".

Tener una hija con síndrome de Down no te hace más fuerte ni mejor persona, solo te hace ser más consciente.
Más consciente de que hay gente a tu lado y a tu altura a la que amar y respetar.
Más consciente de que cada sonrisa, sea de tu hijo o de quien sea, es algo maravilloso.
Más consciente de que cada paso, tarde lo que tarde en darse, lo dé quien lo dé, es un logro, un éxito que celebrar.
Más consciente de que besamos poco y casi siempre se nos olvida decir "te quiero".
Más consciente de que no hay que presuponer nada en esta vida.
Más consciente de los pequeños detalles, porque nunca son pequeños.
Más consciente de que no hay prisa, porque ellos van más despacio y siempre llegan.
Más consciente de que un corazón roto se puede arreglar.
Más consciente de que todos necesitamos a alguien.
Más consciente de que tener mucha razón, no te da la razón.
Más consciente de que todos tenemos un grado de "cositividad".
En definitiva, más consciente de que la vida es algo maravilloso, porque nos permite ser conscientes.

jueves, 18 de febrero de 2016

Democracia for Dummies

Autor invitado: @Demostenes_av


El pasado lunes Podemos envió al PSOE sus propuestas para “negociar” (ejem) un posible acuerdo de investidura. Varias de ellas han recibido numerosas críticas, pero hay una que merece especial atención. Un párrafo aparentemente inocente, pero que sirve para ver lo rápido que se puede desmoronar todo. Es este que reproduzco a continuación:



Dentro de los puestos a los que se refiere están los directores de diversos organismos presuntamente independientes, pero especialmente significativa la inclusión de los magistrados del Tribunal Constitucional y los miembros del Consejo General del Poder Judicial.

Esperar que los jueces (o las personas de las que éstos dependen) se comprometan con un proyecto político, el que sea, es una absoluta barbaridad. De hecho, Podemos ha tenido que rectificar el primer párrafo marcado en rojo, aunque sigue manteniendo el segundo (Editado: No se si es un error en la noticia de El Español o una segunda corrección, pero el documento en la web de Podemos ahora -19/02/16 12:15- ha eliminado ambas referencias).

Al parecer, fuentes de Podemos lo atribuyen a una mala redacción o un lapsus, y se muestran comprometidos con la despolitización de la justicia. Para mí, este tipo de lapsus debería encender todas las alarmas de que no entienden en realidad por qué la independencia judicial es necesaria más allá de ser un eslogan que suena bien.

Hay que mencionar que la independencia judicial ya está muy en entredicho actualmente, a lo que han contribuido tanto gobiernos del PSOE como del PP. Por ello es tan necesario revertir esa situación, y no cavar un agujero aún más hondo. A pesar de todo aun había personas que aun defendían esto como algo completamente normal y deseable.


Parece que es necesario,  que volvamos a lo básico, básico, al ABC de la democracia:

      1. La democracia no es una navaja suiza que sirva para todo.
Si el valor de Pi (3.141592…) nos parece incómodo, podemos votar que en realidad valga 3.2, pero eso no va a hacer que los cálculos con ese valor funcionen.
Las votaciones pueden funcionar muy bien por ejemplo para decidir si se quiere hacer un puente o no. Sin embargo, creo que es bastante de sentido común que para diseñarlo escuchemos la opinión de un ingeniero de caminos, y no el voto mayoritario de quien pase por ahí. Al menos si queremos que no se caiga. Por lo mismo cuando estamos enfermos le preguntamos a un médico, y no salimos a la calle a hacer una encuesta. Hay cuestiones en las que la democracia es la mejor opción, y otras cuestiones técnicas en las que es mejor delegar en expertos.

      2. La democracia no es un sistema perfecto.
O en palabras de Winston Churchill, es “el peor de los sistemas de gobierno, con excepción de todos los demás”. La democracia puede no funcionar, ser manipulada o cometer excesos. Ya Aristóteles, al clasificar las formas de gobierno, hablaba de la oclocracia como la forma degenerada de la virtuosa democracia. No es que estemos descubriendo América, precisamente.
Que algo sea elegido democráticamente en una votación sólo indica que es la opción preferida por los votantes. Que, con sus limitaciones,  no es poco. Sin embargo, esa preferencia no lo hace necesariamente verdadero, correcto o justo.

3. La democracia requiere límites.
La forma de evitar esa degeneración de la democracia es precisamente autoimponiéndose límites. Por ejemplo, hay decisiones sujetas al voto de la mayoría, y otras que no. De lo contrario, el 51% de los votantes podría tomar decisiones totalmente injustas sobre el otro 49%, lo que se conoce como dictadura de la mayoría.
Una democracia como Dios manda sólo puede funcionar si se aceptan unas reglas básicas que nadie se puede saltar. Ni un ciudadano, ni el gobierno, ni la voluntad de la mayoría. Nadie. Simplemente, no se puede votar saltarse la ley. En eso consiste el estado de derecho, que supone una restricción de la democracia, pero también la protege de sus propios excesos.  Las leyes, al ser autoimpuestas, pueden cambiarse, pero siguiendo un procedimiento ordenado y en ocasiones requiriendo consensos amplios, más cuanto más básica sea la regla a modificar y más pueda afectar a los derechos de las minorías.

4. La democracia necesita separación de poderes
La verdadera gracia de la democracia como forma de gobierno es evitar que unas pocas personas acumulen todo el poder, lo que podría tentarlas de usar las leyes en su propio beneficio y no en el de los demás.
En una democracia representativa el gobierno y el parlamento recae en un grupo reducido, pero al depender del voto del electorado para mantenerlo, su poder queda limitado cada cuatro años. El problema es que unas elecciones se pueden ganar convenciendo a los votantes de ser los mejores para ello, pero también mediante la amenaza, el soborno y la coacción. Hace falta dividir aún más el poder para proteger al ciudadano de los posibles abusos del Estado y su gobierno.
De nuevo, esto no es algo reciente: Los padres de las primeras democracias liberales en Francia y en Estados Unidos se preocuparon bastante de estos temas. De ahí viene el principio de la separación de poderes, que Montesquieu dividía entre ejecutivo, legislativo y judicial. En sistemas parlamentarios (y más aún en una hipotética democracia directa) los poderes ejecutivo y legislativo están casi fusionados, pero resulta básico que el poder judicial sea independiente. Éste es el garante último de que el ejecutivo no se vuelva contra los ciudadanos a los que gobierna, o que el legislativo haga leyes que incumplan otras reglas aún más básicas.



La justicia no debe mezclarse con la política. Nunca. Punto. Posiblemente ese sea un ideal imposible de alcanzar, pero hay que intentar minimizarlo todo lo posible. Cuando las decisiones judiciales empiezan a estar condicionadas no por las leyes sino por otras consideraciones, o simplemente se sospecha, pasan cosas malas. Algunos, con razón, empiezan a desconfiar. El estado de derecho se rompe. Rápidamente se aprende que para progresar es mejor estar del lado del gobierno que en contra. Si en ocasiones ya nos parece que la justicia es tibia con los casos de corrupción, o que se utiliza de forma partidista, dejo a la imaginación del lector lo que pasaría si en vez de mantener al menos una mínima independencia a los jueces se les pidiese hacer lo mejor “por el bien del Gobierno del Cambio”, como si los fines justificaran los medios. 

Si eso no se previene, si la justicia no se mantiene aislada de proyectos políticos, se puede entrar en una espiral sumamente peligrosa. A veces la consecuencia última es un sistema democrático en la forma y totalitario en el fondo. Ejemplos de ello no faltan.

Igual de nefasto supone invocar un pretendido “control democrático” sobre el poder judicial. No es más que la misma politización con distinto traje. Como hemos dicho antes, nadie está por encima de la ley, ni siquiera el conjunto de la ciudadanía. Igual que la democracia no sirve para diagnosticar una enfermedad ni diseñar un puente, tampoco sirve para decidir qué se ajusta a la ley o no. La legitimidad del gobierno procede de los ciudadanos que les votaron, pero la de los jueces proviene de ajustarse al espíritu y la letra de la ley vigente, y no por sus propias preferencias.

Hace pocos días falleció uno de los magistrados del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Antonin Scalia. De ideas marcadamente conservadoras, llegó a declarar públicamente que “si por él fuera, metería en la cárcel a los barbudos desaliñados en sandalias que van por ahí quemando la bandera”. Y sin embargo votó a favor en la sentencia que concluyó que quemar la bandera era un hecho protegido por la libertad de expresión y no podía ser delito. No por sus convicciones personales o lo que él creyera justo o injusto, sino porque era lo que la Constitución americana decía. Porque él no estaba para hacer política, sino para hacer cumplir la ley.

Por eso la propuesta de Podemos resulta sorprendente por un lado, y previsible por otro. Es sorprendente porque en alguna ocasión el propio Iglesias se ha quejado amargamente de la politización de la justicia, cuando una sentencia iba en contra de sus intereses y en favor de los del gobierno del PP. Y sin embargo, ahora parece querer hacer uso o incluso aumentar el control sobre el poder judicial, no sólo por el método de nombramiento propuesto (al parecer, directamente por el gobierno, y no por el Parlamento) (EDITADO: Al parecer esto también ha sido corregido) sino por la esperada adhesión a unos ciertos principios políticos que no tienen cabida en la administración imparcial de justicia.

Por desgracia, también resulta esperable. Iglesias es doctor en Ciencias Políticas. No sé si ha leído realmente a Kant o no, pero seguro que al menos ha oído hablar de las ideas de Rousseau, Montesquieu, Hamilton, Jefferson, y decenas de otros filósofos y pensadores. Nada de lo que he escrito aquí le descubriría nada nuevo. Y sin embargo, su discurso se centra de forma consistente en el gobierno de La Gente™ y el valor supremo de la voluntad mayoritaria. Cualquier cosa está justificada si es “democrática”. Como muestra, un botón, extraído de la página 23 del mismo documento de propuestas:


Es decir, que da igual el procedimiento que aparezca en la propia Constitución para cambiarla. Da igual que para modificaciones en la más básica de nuestras normas se requiera un consenso amplio, que en estos momentos pasa por incluir al Partido Popular. Para Podemos, no resulta necesario ceder, comprometerse e intentar acordar un cambio que sea aceptable para casi todos. Su discurso político es uno de máximos, en el que la voluntad popular todo lo puede, en el que unos artículos de la Constitución se pueden retorcer y utilizar en contra de otros. Aunque haya que pasar por encima de leyes y del 49% de la población.


Sin embargo, eso no es cierto, porque sin restricciones, si se reduce a la regla de la mayoría, la democracia deja de ser tal y se convierte en totalitarismo y oclocracia. Cuando el estado de derecho dificulta tus objetivos, tomar atajos parece más fácil, más tentador, pero sólo conduce al reverso más oscuro de la democracia que dices defender. Ha llovido mucho desde Aristóteles, pero parece que seguimos tropezando en las mismas piedras.

domingo, 14 de febrero de 2016

Érase una vez... nosotros mismos.

Advertencia al lector: si no has visto la película y deseas hacerlo, deténte aquí. Seguir leyendo puede estropeártela y hacerte ver cosas que es posible que no hubieras apreciado, y dejar de ver otras que yo no haya descubierto. Quedas avisado.

Voy a hablaros de "Zootrópolis", una fábula maravillosa. Una película de niños, de mayores, de ancianos. Una crítica política, una historia hilarante y terrorífica. De valor, de humanidad. Una fábula larga, un producto del genio y de la inteligencia.

En ella nada es casual y las sutiles referencias permiten múltiples lecturas según el bagaje del espectador. Mi hija de siete años no vio lo mismo que la de doce. El padre y la madre, tampoco.

Zootrópilis representa el éxito de la civilización, la convivencia pacífica entre los diferentes, la superación de los instintos primarios. Es una sociedad donde depredadores y presas han pasado a ser ciudadanos y la razón ha colocado un fuerte corsé a la biología.
En Zootrópolis una coneja puede llegar a ser policía con su esfuerzo y determinación, superando el machismo y los prejuicios que subyacen de fondo. Puede también, hacerse íntima amiga de un zorro, su enemigo natural, aunque durante casi todo el film lleve en el cinturón, un espray "antizorros".

Cada personaje tiene las virtudes y los defectos que los tópicos les achacan. Los conejos son amorosos y miedosos. Los zorros, sagaces y peligrosos. Las ovejas, bobas e inocentes de tanta bobería que arrastran. Los carneros belicosos, los elefantes tienen buena memoria y los lobos... los lobos aúllan porque está en su naturaleza.

Prácticamente todos los tópicos son desmontados y afirmados al tiempo. Zootrópolis no pretende estar en posesión de la razón, tan solo muestra que la verdad y el sentido común no son inmutables ni infalibles, que refranes y estereotipos contienen tanta verdad como mentira. Y se ríe y se los toma en serio.
¿Qué animal elegirían para representar a los funcionarios? Si se han respondido a esa pregunta sepan que ese juego humorístico empapa toda la historia, el agresivo por excelencia es un hippie absoluto y el "de la memoria de elefante" está desmemoriado pero no se pone en duda porque ¡es una elefanta!

Pero lo más llamativo de la historia es el trasfondo político de la trama y el análisis de las consecuencias que sobre la personalidad de los protagonistas tiene. Hay un momento concreto en que el éxito destruye a la protagonista, aquel en el que es consciente de que tratando de hacer algo bueno, y teniéndo éxito en su empeño, tan solo ha logrado dividir y destruir la convivencia pacífica de su sociedad. Esa situación en la que tener razón y demostrarlo es una estupidez inmensa porque causa un daño irreparable. La gran tragedia es el conocimiento, decía Antonio Damasio. El que no haya sentido ese vértigo alguna vez, es que no ha intentado nunca nada.

Y es una película sobre los grandes malvados de una sociedad. Aquellos que en su ansia de poder, unas veces, en su erróneo concepto del bien y del mal otras, o por pura prepotencia, las más de ellas, juegan a controlar y utilizar los miedos atávicos y la prevención razonable ante el peligro de la pérdida de libertades y valores tan duramente conseguidos.

Son los pastores en la sombra, que en una ironía más, acaba siendo una oveja, la que calcula que las presas, las víctimas, los débiles, son la mayoría y que no hay mejor estrategia que encontrar a su enemigo y presentarlo ante ellas.

Pero es Disney, así que no se preocupen, todo acaba como deseamos en nuestros sueños. Los malos son desenmascarados y encarcelados. Los tramposos pierden las elecciones y cada uno puede elegir la forma en la que desea vivir su vida. Es la nueva versión del sueño y el espíritu americano: libertad para ser un elefante aunque seas un zorro, posibilidad de llegar hasta donde te lleve tu esfuerzo personal y tus sueños, fraternidad y riqueza de vivir con los diferentes.

Yo veía un clarísimo "in you face!" a Trump y su política de siembra de terror hacia refugiados e inmigrantes, pero también a todos nosotros, europeos, por nuestra cobardía y reparos. Y veía, como española, un reflejo de lo que llevamos cierto tiempo sintiendo a nuestro alrededor en una escala mucho más cercana. Creo que nuestra historia nos da suficientes pistas como para ser prudentes y temer mucho más al que quiere salvarnos de un mal "horrible", que al propio mal horrible.

Y esa es la moraleja que extraje de esta larga y maravillosa fábula: no nos fiemos de los mesías, desconfiemos de los que siembran la discordia. Es, en definitiva, un canto al término medio, a la cesión, la tolerancia y la democracia. Es una película que le gustaría mucho, mucho a Pablo Suanzes

viernes, 12 de febrero de 2016

Pensamiento matemático y Guerreros Culturales.

Tenía una amiga cuyo padre, ingeniero de profesión, gustaba de "torturarnos" planteándonos problemas aparentemente absurdos solo para concluir que debíamos mejorar lo que él denominaba, nuestro "pensamiento matemático".
El problema "freír el huevo" nos sacaba de quicio. La cosa era que él nos daba como punto de partida el siguiente enunciado (más o menos, cito de cabeza):
Tenemos que freír un huevo, para ello sacamos el huevo de la nevera, el aceite de la alacena y la sartén del cajón. Procedemos a freírlo, pero ¿qué ocurriría si la sartén en lugar de en el cajón, estuviese en otra habitación?
Mi amiga y yo, cándidas como nosotras solas, respondíamos sin dudar: pues iríamos a la habitación y cogeríamos la sartén.
Entonces su padre se reía: "¡ay!" nos decía, "tendríais que colocar la sartén en el cajón y remitiros al problema ya resuelto anteriormente".

No tengo muy claro por qué recuperé este recuerdo cuando asistí boquiabierta al devenir de los acontecimientos en el asunto de los titiriteros que toda España y hasta el Financial Times conoce. Tampoco, por qué para explicar lo que pienso a este respecto me viene a la cabeza el Cupo vasco.
Pensarán todos ustedes que tengo un cerebro un tanto caótico que mezcla huevos, sartenes, titiriteros y sistemas de financiación autonómica, sin ton ni son. Puede que tengan razón, pero voy a tratar de explicarme y si después de hacerlo, no logro parecer racional, será momento de preocuparme.

La primera noticia que tuve del asunto "titiriteros" fue a los pocos minutos de producirse, a través de un tuit de el periódico El País. En las horas y días siguientes pude ampliar la información leyendo resúmenes de al menos dos periódicos diferentes más y varias agencias de noticias. El asunto era una cadena de desastres. La bola de despropósitos iba creciendo sin control y amenazaba con llevarnos a todos por delante, o así me lo pareció.
Entonces pensé en la sartén y el huevo.
Veamos, tenemos unos artistas insensatos, un administrador público negligente y un juez que puede aplicar medidas preventivas durísimas si equivoca el diagnóstico porque una legislación muy contestada le permite hacerlo. Una combinación explosiva.
De esos tres elementos, ¿cuál sacaría de la ecuación para evitar el desastre si solo pudiera eliminar una variable?
Para mi estaba claro cuál era el único problema: se había contratado, publicitado y representado con dinero público una obra con aspectos muy violentos, ante niños de corta edad. Nada más pero tampoco, nada menos.
Era, por así decirlo, un problema administrativo. Un administrador público había hecho mal su trabajo: no había verificado (pretender que hayan visto cada obra que contratan me parece una barbaridad, pero al menos consultar la web de los artistas para poder ver que ellos mismos no incluían la obra dentro del apartado infantil) con la diligencia esperable, lo que contrataba.
Este fallo del administrador sumado a  la poca prudencia de unos artistas que no suspenden su actuación al ver que su público es diminuto, acabó con sus huesos en la cárcel por lo que estoy segura será un error judicial que el propio sistema enmendará, espero y deseo de corazón, muy pronto.

Para mi era meridiano. Dimisión del responsable, aclaración de que el único error era suyo y tratar cuanto antes de desfacer el entuerto judicial.

En lugar de eso, hemos asistido a un fenómeno curioso y a mi juicio, triste.
Como decía Roy en Blade Runner:

Pues nosotros hemos visto transformarse un caso de mala gestión en una lucha entre derechos fundamentales y miedos atávicos.
Hemos asistido a querellas por enaltecimiento del terrorismo, insinuaciones de prevaricación, llamamientos a defender la democracia, acusaciones de dictadura...

Y yo me decía incrédula: ¡no, no, si solo es una señora que ha hecho mal su trabajo! Llevemos la sartén al cajón y resolvamos un problema que sí sabemos resolver. Un problema que el sistema resuelve cada día y mejoremos con ello la calidad de los servicios públicos que se prestan al ciudadano.
Pensarán que soy una ingenua y que tengo demasiada fe en el sistema. Pues no lo creo. Si consultan esta sentencia y esta otra que ratifica la anterior, verán que afortunadamente, hay razones muy sólidas para esperar una correcta resolución del grave error cometido.

Por eso, todas las sobreactuaciones lejos de ayudar a nada, perjudican. No mejoran la democracia ni nos hacen vivir en una sociedad más segura. Solo enfrentan y son aprovechadas por quienes desean discutir sobre lo irresoluble perjudicando, en muchas ocasiones, la resolución de los problemas del día a día.
El Ayuntamiento de Madrid se tiene que pasar el día dando explicaciones y ambas partes lo atacan. Unos por no defender a los "suyos" con el suficiente "coraje". Otros por encubrir a los "suyos" en detrimento del "resto".
Últimamente me dan ganas de declarar a Carmena "Alcaldesa Protegida".

Y por eso, todo este asunto me recuerda tanto al Cupo Vasco.
Cuando escuchamos esas dos palabras suele haber dos tipos de reacción:
1) la de los que piensan en derechos históricos y en "ni se te ocurra tocar mis derechos, ¡so centralista!"
2) la de los que piensan en la "desigualdad entre españoles y el egoísmo de las regiones más ricas, ¡so insolidario!"

Bueno, pues realmente el problema no es la existencia del Cupo Vasco. El problema es:  ¡el cálculo del cupo!
Si tuviéramos un sistema de arbitraje eficaz que permitiera solventar las diferencias entre las dos administraciones (central y autonómica), el Cupo, (o cantidad que la CCAA debe transferir al Estado una vez que ha pagado los servicios públicos que presta a los ciudadanos) se revisaría y actualizaría y ni ustedes ni yo tendríamos posiblemente noticia.

Cuando la administración funciona, ni nos damos cuenta. Pero no, resulta que cuando la CCAA y el Estado no están de acuerdo en el montante del cupo o toca revisar su cálculo, pues... ¡ajo y agua, amigos! porque el arbitraje depende de la Comisión Mixta del Concierto Vasco, compuesta a partes iguales por representantes vascos y estatales y cuyas decisiones se deben aprobar por unanimidad. UNANIMIDAD. Y como eso no ocurre (¡sorpresa!) pues se sigue prorrogando el existente. 

Y así es como se transforma un problema contable y administrativo, en un asunto de derechos históricos y agravios comparativos, que inflama los corazones y cabrea a la gente.

Y llegados a este punto, creo haber demostrado, cómo lograr que un problema localizado y manejable, sea una cosa monstruosa, difícil y sobre todo que polariza y enfrenta a la sociedad.
Un problema que pasa de las manos de los funcionarios y administradores, a las de los políticos interesados y las personas corrientes.

Juzguen ustedes mismos si es racional o una locura lo que mezclo y propongo, pero antes de ser severos, lean este artículo de Víctor Lapuente y tengan en cuenta que he aplicado, a todos los intervinientes, el beneficio de la duda y la suposición más benévola.
No hay maldad, tan solo imprudencia, negligencia o error humano.


Share This