Sub-cabecera

Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

jueves, 14 de enero de 2016

Juicios y prejuicios.

He conseguido guardar un respetuoso silencio sobre lo acontecido en la jornada de constitución del Congreso y la actitud de algunos diputados.
Sobre el asunto concreto de la señora Bescansa todo el mundo tiene una opinión y la mayoría lo ha expresado con mayor o menor entusiasmo. Yo también la tengo, pero cada vez que mis dedos se acercaban al teclado, una vocecita interior me repetía: no juzgues y no serás juzgada.

No es por ella el reparo, sino por su circunstancia.
Estaba dándole vueltas al tema cuando una amiga - a la que llamaré Clara -  y excelente profesional de lo mío, me llama para contarme algo que le había ocurrido y que la tenía acongojada. Se sentía insegura, creía que había obrado mal y quería conocer mi punto de vista.

Es una mujer excelente, trabajadora como pocas, minuciosa, perseverante, creativa y valiente. Es esto último, la valentía, lo que más me admira de ella. Cuando la cosa se puso fea-feísima en nuestro gremio, agarró a su niña de apenas un año y junto a su marido, emigró a sudamérica. Allí él encontró trabajo, ella montó una pequeña y exitosa empresa y mientras criaba a su hija, tuvo otra. Al poco de llegar, su marido fue destinado a otro país y tras pasar muchos meses haciéndolo todo sola, decidió vender su empresa y volver a España donde, al menos, podía contar con apoyo familiar. Su marido va y vuelve cada tres meses y aprovechan esos días juntos como un precioso tesoro.
Aquí ha encontrado trabajo por fin pero,  como no podía ser de otra manera con su caracter,  ya estaba mejorando su formación cuando recibió la oferta laboral. No importaba, ella podía con todo.

Está realizando un curso - cuesta una pequeña fortuna - para adquirir soltura en el manejo de un programa muy complejo (doy fe). Son dos tardes a la semana en las que tiene que conseguir que alguien le cuide a sus hijas (2 y 4 años), salir del trabajo volando, y llegar a casa pasadas las 10 de la noche. Además están las prácticas que cada cierto tiempo ha de entregar para demostrar que ha adquirido los conocimientos impartidos hasta ese momento. Ella le dedica sus noches.

En el curso solo hay un 20% de mujeres. Al menos hay otra que está en una situación similar, trabajo e hijos pequeños a los que "desatender" a tiempo parcial. Han hecho piña y son las más pesadas del mundo, levantando la mano cada vez que un concepto no queda claro. No tienen edad de vergüenzas ni tiempo para investigar por su cuenta lo que el profesor no ha logrado transmitir con suficiente claridad. Tras la primera entrega ella se sintió en la obligación de explicar su actitud.
Error, pensé yo, error, amiga mía.

[Cada día animo a mis hijas a levantar la mano en clase, les recuerdo que no hay cosa que más aprecie un profesor, que no molestan, al revés, son chicas listas y su duda probablemente sea la duda de muchos otros.]

Le transmitió que dadas sus circunstancias personales, no podía permitirse el lujo de no preguntar, no disponía de tiempo extra para investigar por su cuenta aquello que no quedaba claro en el aula, como hacían muchos compañeros. Quería que supiera que estaba dando lo mejor de sí misma y que por su parte no iba a escatimar esfuerzos, pero necesitaba salir de las clases con las ideas y los apuntes claros.

Y llegó la segunda entrega. El profesor dejó una hora de clase para que aquellos que no hubieran acabado la práctica pudieran hacerlo y entregar a tiempo. Salieron del aula unos cuantos, y él prosiguió impartiendo materia. Clara había entregado ya, con esa puntualidad de las que se exigen mucho y cree que es normal, así que siguió la clase ligeramente sorprendida de avanzar materia nueva e importante mientras los demás no estaban. Primera duda, cuchicheos con las compañeras, nadie lo había pillado. Clara levantó su mano y pidió por favor que repitiera lo dicho. Sin responderle el profesor preguntó a la clase: "¿Alguien más aparte de Clara no ha entendido la explicación?"

Al teléfono, se me quejaba amargamente lamentándose de haberle explicado lo que no debía haber contado. No buscaba un trato de favor, no se ha retrasado en ninguna entrega ni pedido nada especial, tan solo quería no molestar, pero lo que había logrado es que se diera por sentado que no estaba al nivel de los demás.

Error amiga mía, error.

Pensando bien, creo que a veces nos hacemos flaco favor intentando ayudarnos unas a otras, pero tengo muy claro - mucho más desde que soy madre - que no soy quién para juzgar.

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