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Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

martes, 28 de julio de 2015

Repetir curso. Lo que los profesores saben y los padres aún tenemos que aprender

Iba a escribir sobre libros de texto.

Otra vez el día de la marmota, lo sé. Pero es que Ciudadanos, a través de Luis Garicano, ha explicado su proyecto para la Educación en España, y se me ha llenado Twitter de menciones. Propone que los libros de texto sean “gratis”, los coles los presten a los niños y éstos los devuelvan al acabar el curso, pagándolos solo en caso de estropearlos de forma deliberada o similar. También propone reducir las repeticiones, por ser un sistema fallido que además, resulta carísimo.
Y se lió el debate.

No sé si es característica nuestra, no sé si es el sesgo de Twitter o de las personas a las que sigo, pero hay que ser muy perseverante para debatir con posturas e ideas preconcebidas tan arraigadas que se han convertido en dogmas de fe. Pero hay que hacerlo porque siempre merece la pena.
Iré por partes.

Repeticiones. 

Como dicen los expertos, repetir no es un sistema deseable si el objetivo es reducir el abandono temprano y mejorar la formación básica.

Sería soberbio por mi parte entrar a discutir en esos términos y no lo voy a intentar siquiera. Yo os voy a dar la visión de alguien interesado en el tema que antes, mucho tiempo ha, creía en la disciplina y las consecuencias como regla de oro. Pero ya no. Al menos no, como regla infalible, general y estricta.

Entre una postura y otra han pasado años, la disposición adicional quinta de la LOMCE y sobre todo, la maternidad propia y ajena.

Repetir un curso en primaria es casi anecdótico, al menos hasta 5º o 6º. Los problemas empiezan en la ESO y no solo los escolares, empiezan todos los problemas. Porque repetir es un “castigo” demasiado a largo plazo cuando tienes 13-14 años, como para que sea efectivo.

Cuando un chaval lo hace tan mal durante el curso, como para llegar a ese extremo, no suele ser por incapacidad, sino por otro tipo de motivos. Solucionarlo, separándole de sus compañeros - en un momento en que la pertenencia al grupo lo es TODO -  obligándole a trabajar de nuevo materias que cree que ya conoce, enfrentarle a lo mismo que ha odiado o que considera que es incapaz de aprender,  - porque tal o cual materia “se le da fatal” -  haciendo exactamente lo mismo que hizo mal el año anterior, no parece un método muy eficiente.

Foto: hdimagelib.com
A los 14 años ante esa situación, muchas veces lo único que se consigue es el pasotismo total, la demostración fehaciente de que “el mundo me es hostil”, el aburrimiento y la rebeldía absurda cuando no, la inseguridad o el miedo. Y te plantas en los 14-15. Y ven los 16 tan a la mano, que saben que tiene la partida ganada a sus padres. Y lo que es peor, los padres se dan cuenta que, efectivamente, tienen la batalla casi perdida.

Padres que pasan del enfado y el castigo, a la negociación y la casi súplica, cuando ven horrorizados que su hijo, que era un chaval listo y “bueno”, está a punto de dejar de estudiar, con la soberbia propia de la adolescencia.
Si repetir fuera una buena solución, en España no tendríamos un problema de abandono escolar temprano como el que tenemos.

No sé cual es la receta, no sé si hay una única receta, pero estoy segura que esperar a solucionar el problema en el peor momento para hacerlo, es como esperar a beber cuando tienes mucha sed, en una carrera de larga distancia.

Nuestros hijos no son nosotros. Su mundo no es el que fue el nuestro. Su educación no puede ser la que nosotros recibimos y “nos fue de maravilla”. Ellos han cambiado mucho más rápido que nosotros y que los métodos y sistemas aplicados. Y aún más lentas que todo eso, son las políticas educativas en España. No confiamos en los expertos, no respetamos la profesión lo suficiente como para preparar a los mejores y dejarles hacer. La política entra a saco y todos queremos ver objetivos y resultados estandarizados.

Tenemos serios problemas para experimentar, medir resultados y rectificar. Los padres somos cobardes en general y creemos que hay un momento para empezar a pensar, cuando en realidad sabemos que la educación comienza con el primer hálito de vida.
Protegemos de lo inocuo, no dejamos que asuman pequeños riesgos, penalizamos el error, tratamos de asegurar unos mínimos. Enseñamos que guardar los talentos es una cosa prudente y sensata.

Foto: Flickr Creative Commons License
Los profesores, “corrigen”. Las respuestas erróneas, restan puntos. El rincón de pensar, es un lugar donde te castigan. No experimentamos mucho y trivializamos actividades fuera del circuito académico tradicional, que otros sistemas valoran. Son habilidades que consideramos inútiles, casi un entretenimiento.

El día que un adolescente te dice muy serio: “he aprendido que para encajar, no hay que destacar” es un día muy triste. Tal vez fue suficiente, en algún momento, ver cuánto podía dar de sí un joven. Creo que es mucho mejor, no intuir siquiera, hasta donde podría llegar.

Cuando leí el libro de Harari, entendí por primera vez, que la riqueza de la humanidad no era un pastel concreto a repartir, sino uno que crece, en el momento en que se termina el sistema de trueque y comienza el de la confianza en la obtención de frutos futuros. A veces pienso que en este tema seguimos en la economía del trueque, pretendiendo solucionar problemas diferentes, aplicando estrictamente las mismas reglas.

Aprender a aprender, me enseñaron unos cuantos maestros en San Sebastián. Aprender a seleccionar y combinar la información disponible, que cada vez es mayor, y construir nuevas cosas a partir de ella. Ser capaces de unir puntos aparentemente inconexos y plantear problemas diferentes.
Nuestros hijos tendrán que pasar toda su vida aprendiendo. Los cambios en su vida serán muchísimo más rápidos que los que vivimos nosotros. Nadie podrá permitirse el lujo de dejar de aprender constantemente. Y no sé si es eso lo que estamos “enseñando”.

Tal vez mi hija se olvide a los 5 minutos de los ríos de su Comunidad, pero me mostró un estudio tan sofisticado sobre los éxitos y trayectoria de las estrellas de YouTube que me dejó boquiabierta.
No sé si recordará la fórmula de la ecuación de segundo grado, pero es capaz de encontrar y utilizar la aplicación gratuita que necesita para hacer una reseña sobre su novela favorita para la clase de lengua, con U2 sonando de fondo -mamá no me digas que los conoces (¡)-  y lograr que todos sus compañeros deseen leer el libro. Un fin de semana trasteando con imágenes, vídeos, canciones y textos adolescentes en inglés. Y al final todos preguntando: “¿cómo has hecho eso? Eso no lo hace la aplicación que manejamos en el cole.”

¿Ha demostrado saber lo que le habían exigido o ha ido un paso más allá?
Ha descubierto, y yo con ella, que los caminos propuestos no son únicos y que a veces ni siquiera son los mejores.

Hay muchos expertos, muchos profesores y estudiosos que saben cómo hacer las cosas, hay recursos y los niños españoles nos son más tontos que los de otros países. ¿Entonces?

Creo que deberíamos tomarnos tan en serio la educación de las próximas generaciones, como para tener la humildad de atrevernos a cambiar, dejar de crear leyes educativas como quien inaugura pantanos y comprender que la educación básica es una base que se desarrolla a lo largo de muchos años permitiendo que los profesores desarrollen esa tarea adecuándose a los tiempos: experimentar, evaluar y cambiar el rumbo cuando sea preciso.


No, no sé cómo hacerlo, tan solo intuyo que lo que fue suficiente para mi, no lo será para mis hijas.

2 comentarios:

  1. No se puede explicar más claro y mejor. Una vez más, coincido totalmente contigo. Un abrazo.

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  2. Gracias Mon! Es un placer coincidir, tú y yo que todo lo discutimos ;)
    Un beso enorme.

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