Sub-cabecera

Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

jueves, 5 de febrero de 2015

Mis muy queridas.

Iba a contaros lo que más me llamó la atención de la charla que se desarrolló el jueves pasado tras la presentación del libro de Manuel Conthe, y no desisto de hacerlo, pero creo que lo haré en un post posterior. Un "ya lo pensaré mañana" a lo Escarlata O´Hara.

Voy a escribir "at random" como la lista de reproducción que suena a estas horas de la noche, con un frío pelón tras los cristales, y las voces amortiguadas de la anciana con Alzheimer al otro lado de la pared.
Sonidos, como el reloj del pasillo que antes no te impedían conciliar el sueño, cuando eras pequeña y dormías a pierna suelta a pesar de que las carpinterías de las ventanas dejaban pasar el aire suficiente como para poder jugar a ver cuánto tardaba en apagar un mechero. Barrios, donde la intimidad era limitada, fingida y bueno...compartida.
Y pensaba en las mujeres de mi vida. Las que lo son y las que están. Las que ya se han ido, pocas, pero tan únicas e irrepetibles.

-Mamá - me dijo anoche mi hija de seis años mientras, metidas muy juntas en su cama, le leía un cuento sobre el miedo - ¿por qué la abuela tuvo tantos hijos?
-Porque quiso y le hacía feliz.
-¿Y no estaba muy cansada todo el rato?
-Infinito, pero siempre se reía.
-Mamá, eres guapa.
-Porque me parezco a ti.

Hay una época para ligar y compartirlo con ellas. Otra para conocer a sus parejas, asistir a sus bodas, visitarlas tras parir, hacer de canguros de los hijos mutuos, hacer equilibrios con los trabajos y los horarios, lamentarte o reírte de tus conflictos cotidianos. Y luego cambiar opiniones sobre médicos y tristezas.
Y entonces encuentras a tus amigas, a tus hermanas, a las mujeres que te rodean y viven lo mismo que vives tú, como parte del día a día. Y reconoces las ojeras y los grupos de whatsapp arden en consejos y silencios de comprensión.

Y todas concluyen en lo mismo. En la importancia de tenernos, a nosotras mismas. Y todas caemos en la cuenta de la importancia de tenernos, a todas las demás.

Cuando te cruzas con esa mujer a la que hace tiempo no veías pero que, no sabes porqué, te cayó siempre bien y nunca tuviste tiempo suficiente para un café tranquilo. Y te mira y te dice que está en paro pero que te ve triste, y no te atreves ni a contarle tus tonterías abrumada por su cariño.
Y las prisas y un mensaje que dice: me ha encantado volver a verte, no me había dado cuenta cuánto te echaba de menos.

Mujeres maravillosas, heroínas del día a día, que empiezan siendo pardillas, y acaban reconociendo a la lista que, tras años de soportar lo que nadie le había pedido, decidió apuntarse a yoga, ponerse estupenda y hacer de su capa un sayo. Y que llora como nadie, porque hace unos pucheros maravillosos, se pone preciosa y sigue hablando, como si tal cosa. Porque según dicen, tenía las lágrimas muy apretadas en los ojos y llora por desbordamiento.

Mujeres fuertes, tan fuertes que asustan a sus parejas, porque no saben lo que sufren y les aterra averiguarlo, porque sin ellas el mundo es un lugar caótico donde nada tiene sentido.
Mujeres tiernas, madres maravillosas que quieren hijas fuertes y valientes.

Mujeres que superan lo peor, porque se asombraron de que una amiga confiara tanto en ellas y no se atreven a decepcionarla. Porque nunca, dicen, nadie las quiso tan desinteresadamente.

Las mujeres cuidan la tribu. Cuando te haces mayor, cuando te sientes vieja porque te duelen cosas que no sabías que tenías y te fastidia tener que pararte un rato. Entonces descubres la sabiduría antigua de todas ellas. Entonces, si lo has hecho bien hasta ese momento, tendrás una pequeña tribu de mujeres en las que apoyarte y sobre todo, sobre todo, unas cuantas con las que reírte hasta las lágrimas, de lo aparatosa, cutre, vulgar y maravillosa que puede llegar a ser la vida.

Adoro a mis mujeres. Lo he hecho de maravilla. Estoy rodeada de seres excepcionales.


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