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Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

sábado, 15 de junio de 2013

El vendedor de "Kleenex"

Es raro el semáforo donde no te encuentras alguno. Por muy torpe que seas acabas desarrollando alguna estrategia que no te haga sentir mal cuando se acercan a la ventanilla del vehículo, con una sonrisa y palabras amables unos, con gesto triste, buscando tu compasión otros.
Pero son tantos ellos y tan rutinaria la situación que acaban por volverse invisibles a nuestros ojos. Piensas que están organizados, piensas que sonríen.
La reacción más común es convertirte en piedra, mirar al frente (ventanillas subidas) y fingir, que no has notado su presencia, a veces si resulta insistente, un leve movimiento de cabeza. Yo no soy capaz de eso, así que muestro una sonrisa comprensiva y digo un "no, lo siento".
No sé que es peor: ignorarles o tratar, encima, de obtener su perdón.
Hay un hombre en mi recorrido. Lleva allí unos 5 años, y durante ese tiempo le he visto envejecer a una velocidad tremenda. Es extranjero, rubio, ojos claros y edad indefinida.
Cuando paso por su semáforo suelo llevar a mis hijas detrás y la vergüenza de tener que explicarles, me impide subir las ventanillas o jugar con el acelerador para evitarle.
Hacía un frío impensable en un día caluroso como el de hoy, pero lo hacía, era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad, y el encuentro con el vendedor de kleenex era una nota gris en una tarde festiva. Así que preparé una moneda con la intención de dársela y arrancar sin aceptar los pañuelos, podría decir que para ayudarle y sería verdad, pero también es cierto que no me fiaba de la higiene de esos pañuelos. Le di la moneda y cuando hice el gesto negativo hacia sus pañuelos vi el enfado en su cara. Notó que las niñas le observaban y cambió el gesto diciendo "¡espera!". Corrió a su mochila y volvió con un paquete "especial".
"Tienen dibujos y huelen a menta, son caros. Para las niñas".
Me sentí miserable.

2 comentarios:

  1. Bravo Elena. Yo guardo siempre unas monedas en el coche y no sé si agradecen más el dinero o la sonrisa.

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  2. No me di cuenta q le humillaba con mis "buenas intenciones". Me demostró que más allá de su pobreza había un ser humano con los mismos sentimientos que yo. No somos dignos de ayudar a aquellos a los que no somos capaces de tocar. Este post ha sido una especie de confesión de pequeñas miserias personales. Gracias por leerlo.

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