El domingo estuve en la sala La Riviera, era mi tercer concierto de los Eels.
Personalmente creo que este último disco (Wonderful Glorious) no es lo mejor que han hecho, pero reconozco que dieron un concierto espectacular, y hacia el final Mr E (Mark Oliver Everett) al que se le notaba incluso alegre (pesimistas del mundo, si él puede, lo vuestro no tiene mérito) nos regaló un medley de "Mr E’s Beautiful Blues" y "My Beloved Monster" digno del inmenso músico que es.
Da igual lo que toque este hombre, da igual que se llame Mr E o Eels, que venga con Butch o sin él, con chándal de adidas o mono blanco, el señor E merece ser escuchado hasta cuando toca media hora de espaldas al público cabreado porque alguien le ha birlado la guitarra.
La sala abarrotada, y aunque apretados e incómodos, estábamos bien avenidos. Es esa extraña fraternidad que se establece con un completo desconocido cuando corea la letra de las canciones, especialmente de las antiguas, y con ello te demuestra que "es de fiar". Así pues ¿cómo no entender que quiera ver una esquina de escenario aunque para ello tenga que empujarte un poco? Pues le dejas, porque sabes que en unos minutos se apartará agradecido, con una sonrisa en la cara. Y así funciona la cosa.
Cuentan que un día en el metro, una mujer daba codazos y empujaba tratando de hacerse un hueco entre la masa para llegar a un asiento imposible. Entre los murmullos de desaprobación y las risitas se escuchó una frase en el más puro estilo cheli, que para mi se ha convertido casi en una filosofía de vida: "Señora, si no sabe montar en metro, no monte, pero no moleste".
La cosa se estaba terminando, la espalda apoyada en la pared dejando libre un pasillo hacia la salida, único sitio donde las dichosas palmeras no tapan la escena. Una pareja encuentra un hueco justo al lado y pregunta si ya han comenzado los bises, vienen desde Valencia y han confundido la hora, maldicen su suerte. Les digo que no es tan malo, que no han empezado en hora y aún queda concierto. Pasa el rato y la gente circula constantemente delante nuestra, se paran unos instantes y continúa. En un momento dado una pareja muy estética que se dirigía a la salida, se detiene a escuchar un bis inesperado. El chaval de mi lado espera unos segundos y al ver que la cosa se consolida le dice un par de "perdones" que son olímpicamente ignorados, lo intenta y finalmente comete el craso error de tocar ligeramente el hombro de ella, cuyo moño ocupaba tres cuartas partes de su visión. El gesto fue suficiente para que el acompañante amagara la tangana y demostrar quien era el macho alfa. Ante la perspectiva, alrededor hicimos un hueco a la pareja agraviada y unos instantes antes de terminar la canción los intrusos, muy dignos se dirigieron a la salida.
Pero, increíblemente (hay que ser insensata para tentar tanto la suerte), en la espalda de ella, toda glamour y dignidad apareció una peineta escondida. Me reí con ganas, pensando hasta donde era capaz de llegar la estupidez humana, pero la pareja valenciana me congració con el género de nuevo, tan sólo dijo: "y encima ni siquiera aprecian a los Eels, mira que irse antes de acabar los bises"
Y yo que ya iba a soltar un taco gordo, me callé pensando que no se les podía decir nada peor.