domingo, 18 de octubre de 2015

Por sus formas los conoceréis.

El día del debate de la PNL de libros de texto en el Congreso de los Diputados fue un día de furia. El post que escribí después  -y que os he enlazado antes - supuso un esfuerzo de contención y racionalización de las emociones. Antes de publicarlo pedí opinión a varias personas, lo pesé y lo medí.
No me arrepiento.
Aquel día entre el debate y la votación, mientras esperaba en la acera frente a los leones andamiados, vi salir a un diputado que creí de CiU. Cuando estuvo a mi altura le pregunté: "disculpe, ¿es usted del grupo catalán?". Ante su afirmación resumí todo lo educadamente que fui capaz mi frustración por lo escuchado minutos antes: "Solo quería decirle que la intervención de su grupo me ha parecido impresentable". Sonrió y dijo: "Soy del PSC". Me disculpé y le pedí que si veía la ocasión, hiciera llegar mi mensaje a sus compañeros.


Desde que somos niños convivimos con ciertas actitudes en la escuela, en la universidad, en el trabajo, y  - ¡cómo no! - en la vida pública. En definitiva, cada vez que tratamos con un grupo organizado de personas, existe el riesgo de toparte con ellas.
Me refiero a esa estrategia, a veces consciente a veces no, que consiste en dar las tortas destinadas al adversario, en la cara del inocente.

Hay cátedras que miden su prestigio por el número de suspensos. Las hay con ciertos remordimientos, que lo hacen solo en el número de matrículas o sobresalientes, da igual que un año sea excepcional y haya 5 alumnos que lo merezcan.

Hay asociaciones,  representantes de "cosas", que creen que es bueno fastidiar a sus representados negándoles una victoria parcial, porque la causa merece el sacrificio.
Hay quien aplica a rajatabla aquello del pan y las rosas porque no pierden de vista quién se lleva el pan y quién las rosas. Siempre resultará rentable negarse a un acuerdo que renuncie a parte de las aspiraciones declaradas, si con ello se logra mantener la indignación en el punto justo de ebullición que te hace imprescindible.

Es un arte, hay que reconocerlo, cocinar el enfado, el odio y la indignación. No importa que la necesidad la pase otro. No importa que solo los convencidos y los creyentes estén dispuestos al sacrificio ritual. Ni siquiera es relevante que contravengas tus objetivos/intenciones/principios ,presentados negro sobre blanco a aquellos a los que te ofreciste como representante.

No ha de ser fácil ese tipo de cocina. Subir la presión en la olla, mantener la válvula abierta solo lo necesario para que no explote pero siga siendo disuasoria. Permitir la salida del vapor cuando conviene, volver a cerrarla. Una y otra vez: no hay épica en el consenso y la cesión.
Ésa es la gestión que hacemos de las emociones públicas.

Algún día, la justicia ponderada por la compasión y la fraternidad fortalecida por la evidencia, serán las estrellas en el firmamento de emociones útiles para la organización de los grupos humanos, ya sean naciones, sindicatos, grupos políticos o juntas de vecinos. Hoy por hoy, el enfrentamiento innecesario y las ruindades siguen siendo mucho más rentables.

Un ejemplo más de este tipo de cocina aparece en la imagen que ilustra este post: la web  govern.cat
Arriba a la derecha se muestran los idiomas disponibles: EN (inglés).

¿A quién se supone que defienden cuando deciden descartar la opción ESP o incluso OC (occitano aranés)? ¿Qué ciudadano catalán o no, se puede beneficiar lo más mínimo de semejante actitud?
La respuesta es sencilla: ninguno.
A los catalanes que leen habitualmente en catalán les dará lo mismo y los que prefieran hacerlo en castellano sentirán coartada su libertad. Los británicos, eso sí, ni se darán cuenta. Ellos siguen teniendo una posibilidad que a los propios catalanes les niega su govern: leer la web en su idioma materno.
Tal vez, como dije hace un rato en twitter, hay algo que se me escapa y resulta que los angloparlantes pagan sus impuestos en Cataluña y los castellano-parlantes no. O tal vez es que la concordia, la tolerancia y la riqueza cultural no dan suficientes réditos y no lo suficientemente rápido.

Hay que volver a gestionar la indignación, el enfado, la exclusión. ¡Los agravios! Ya bajaremos la presión cuando convenga.

Ponga usted la cara ciudadano, vamos a abofetearlo por el bien de la causa.

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