sábado, 11 de julio de 2015

La política.

Éste, probablemente será un post naif. Me gusta la definición, porque me parece que nada naif puede haber en hacer algo deliberado.
Voy a escribir sobre Grecia y la Unión Europea como una "cuñada*" profesional, ni siquiera me voy a limitar, como hago tantas veces, a retransmitir de una forma más o menos literal lo escuchado en el último encuentro en el bar "Los Diablos Azules", donde dos estudiosos del asunto como son Ignacio Molina y Alejandro Barón, nos ilustraron entre cañas, oscuridad y una deliciosa temperatura.
Desde el anuncio del referéndum, hasta este mismo momento, creo que he leído, pensado, escuchado y hablado tanto sobre Grecia y la UE que me parece que el debate siempre ha estado ahí.
Semejante atracón de noticias, la rapidez de los cambios, la virulencia de las reacciones, todo lo que ha rodeado y rodea al enorme problema económico y político al que se enfrenta Europa, ha hecho florecer filias y fobias, intereses y miedos electorales, ha mostrado sectarismos en los medios de comunicación, periodistas haciendo política y también, periodistas haciendo periodismo.
No recuerdo dónde leí aquello de que solo se necesitan héroes cuando se va perdiendo la batalla, pero se levantó el telón y ése fue el escenario en el que entramos todos.
Nos hemos metido en la épica de Leónidas , hemos mencionado fábulas de cigarras y hormigas, hemos hecho de todo esto una lucha de superhéroes y súpervillanos. Era difícil no tomar partido. Estabas con el Bien, o con el Mal. Con los pobres o los usureros, con los trabajadores o con los vagos, con el Pueblo o el Capital.


Y todo lo que iba a escribir en este post se acaba de ir a paseo....................


Así cerré el borrador anoche, tarde, demasiado tarde para un jueves de una semana de calor infernal y trabajo agobiante.
Con esa mezcla de enfado y tristeza que te incapacita para escribir nada coherente, nada útil ni siquiera para entenderte a ti misma, apagué el ordenador.

Estaba furiosa porque se había publicado la propuesta de los griegos a Europa. Una propuesta que se pongan como se pongan los defensores de Syriza, era demasiado parecida a la rechazada por el 61% de los votantes, en el "histórico" Referéndum del domingo.

Estaba triste, también. Porque aunque desde el principio, el Referéndum me había parecido un acto irresponsable por parte de su gobierno (sí, no solo la pregunta, el modo y la causa me parecían dudosos, sino que abría la puerta a que el resto de los países europeos hicieran lo propio, y dejara de hablar la diplomacia para que hablara la ira del contribuyente), es que la única explicación que se me ofrecía a semejante contradicción, era que no había sido la respuesta a una pregunta, sino algo mucho más complicado.

Durante todo el tiempo el referéndum fue para unos ( la mayoría de los representantes europeos ), un sí o no, a la permanencia de Grecia en Europa, y para los otros ( en especial el gobierno griego ), una herramienta que permitiría negociar en mejores condiciones con los acreedores - triste momento aquel, en que los países que un día éramos compañeros de viaje en la constitución de Europa nos volvimos "acreedores" y "deudores" -.
Y si la última interpretación me parecía una mentira tan absurda que nadie podría creerla, la primera me producía un rechazo profundo.
Echar a un país del euro, según dicen,no es tarea sencilla, y da la impresión que hay que "animarle" a irse. Eso pasaría, pensaba yo, por el ostracismo, por la muerte económica total. No solo me parecía cruel, sino que pensaba que el posible castigo pendería cual espada de Damocles, sobre todos aquellos que algún día faltaran a sus deberes.

Soy naif, soy infantil o romántica, pero no estúpida. Ninguna organización humana puede sobrevivir sin hacer honor a la palabra dada, pero tampoco sin un margen para la fraternidad. No es que no sea posible, es que carece de interés embarcarse en semejante asunto.

Varoufakis, la estrella rutilante de carácter arrebatador salió, dimitido, subido a su moto. Se nos fue parte de la épica, de las ganas de hacer historia, de demostrar que los 300 de Leónidas esta vez no morirían, sino que aplastarían a Jerjes con todo el peso de su "superioridad moral", de su determinación y compromiso.

Pero mi enfado y mi tristeza venían, no de un posible acuerdo (que desde el principio deseaba), sino como ya he dicho antes, de la explicación posible a la inmensa contradicción que suponía preguntar a un pueblo si quiere una cosa, animarle a que la rechace con todas sus fuerzas porque ello le haría más fuerte para aspirar a algo mejor y acto seguido pactar algo muy parecido a lo rechazado.

Si yo, que deseaba el acuerdo como el mal menor, estaba estupefacta, no podía siquiera imaginar la cara de los ciudadanos griegos. No solo de aquéllos que habían demostrado a su "líder" que le seguirían al infierno si era preciso, votando "NO", sino de aquellos otros que habían clamado que aquello era un suicidio colectivo aceptando con su "Sí" las duras condiciones que seguro les esperaban.

Y ¿cuál era esa explicación "mucho más complicada"? La dada por el periódico The Guardian, que citando como fuentes a parlamentarios de Syriza, explicaba que "el gran No recibido en el referéndum representaba un voto de confianza en Tsipras, quien tenía apoyo popular para imponer tales medidas dolorosas, como ningún otro antes".

Y me pareció tamaña deslealtad a su gente que me deprimí cuando me explicaron que tal vez hubiese sido la única estrategia posible para que los ciudadanos griegos aceptasen transitar el camino que les esperaba.
Utilizar las herramientas de la democracia, decirle a unos ciudadanos que eran capaces de decidir su destino histórico, tan solo para llevarles, hasta el río, cual flautista de Hamelin, de forma ordenada y sin demasiaso alboroto en las calles.

Mi opinión de Tsipras no podía ser peor. La idea de que esa conducta fuera necesaria, incluso, aceptable, me repugnaba hasta la náusea.

Y entonces me topé con Max Weber (miento, lo busqué, porque una idea suya, citada por Ignacio Molina, me daba esperanzas de encontrar algo de lógica en tanto sinsentido) y leí su conferencia "La política como vocación", impartida en 1919.

"Toda acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas: puede orientarse mediante la “ética de la convicción” o conforme a la “ética de la responsabilidad” (...) Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio (...) y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever. Se dirá siempre que esas consecuencias son imputables a su acción. Quien actúa según la ética de la convicción, por el contrario, sólo se siente responsable de que no flamee la llama de la pura convicción, la llama, (...) Prenderla una y otra vez es la finalidad de sus acciones que, desde el punto de vista del posible éxito, son plenamente irracionales y sólo pueden y deben tener un valor ejemplar. Nadie puede, sin embargo, prescribir si hay que obrar conforme a la ética de la responsabilidad o conforme a la ética de la convicción, o cuándo conforme a una y cuándo conforme a otra. Lo único que puedo decirles es que cuando en estos tiempos de excitación (...) veo aparecer súbitamente a los políticos de convicción en medio del desorden gritando: “El mundo es estúpido y abyecto, pero yo no; la responsabilidad por las consecuencias no me corresponden a mí, sino a los otros (...) cuya estupidez o cuya abyección yo extirparé” (...) Tengo la impresión de que en nueve casos de cada diez me enfrento con odres llenos de viento que no sienten realmente lo que están haciendo, sino que se inflaman con sensaciones románticas. Esto no me interesa mucho humanamente y no me conmueve en absoluto. Es, por el contrario, infinitamente conmovedora la actitud de un hombre (...) que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de responsabilidad, y que al llegar a cierto momento dice: “No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo”. Esto sí es algo auténticamente humano y esto sí cala hondo"
Y bueno, ya no sé qué pensar. Si la convocatoria del referéndum me pareció un acto producto de la "ética de la convicción" con consecuencias no medidas y responsabilidad despreciada, su utilización en una estrategia dentro de la "ética de la responsabilidad" me descoloca.
Ojalá se hubiera dicho la verdad, o al menos no se hubiera mentido tanto. Ojalá fuera todo menos turbio. Ojalá, más soportable.
No lo sé. Solo me queda la esperanza que Europa esté cerca del sitio donde la imagino y deseo. Responda con generosidad, juego limpio y pensemos que nuestros errores hacen creer a algunos, que este tipo de trampas son necesarias.

Y mientras termino el post más largo de mi vida, en el parlamento griego, están debatiendo la mencionada propuesta del gobierno de Tsipras a las Instituciones europeas. Y estas cosas se dicen:
Juzguen ustedes la vigencia de lo escrito por Weber hace casi 100 años.

PD: En este post iba a mencionar al padre Declan (sí un cura de verdad), que tuvo la amabilidad de explicarme en unos cuantos tuits, la dichosa parábola del hijo pródigo. Y no,  no va de un hijo sinvergüenza al que premian solo por lamentarse y un hermano trabajador que tiene que ver cómo su esfuerzo no vale nada y pagar la fiesta.
No, va de dos hijos que querían al padre cada uno por su propio interés y un padre que los amó tanto, como para aceptarlos siempre.
Era demasiado fácil la analogía.
Gracias "pater".

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