No recordaba así la plaza de Embajadores. Salí del metro y en lo que tarda un semáforo en cambiar de color, conté 5 personas en situación de extrema necesidad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por allí. Quizás por eso me extrañó leer DIA donde esperaba ver SIMAGO. Compré un paquete de donuts, y eché a andar mientras me los comía. A escasos metros, un hombre sentado en un banco, guardaba colillas en una pitillera de lata. Le ofrecí los donuts que me quedaban y movió negativamente la cabeza sin mirarme, pero hizo un hueco con la mano a su lado, y me señaló la madera del banco. Entendí, dejé allí el paquete y seguí mi camino hacia el circo Price aturdida por el baño de realidad. Iba a escuchar unas cuantas charlas sobre educación. Este post debería ser sobre eso.
Al terminar ya había oscurecido y no me sentía con ánimo de volver a contemplar la estampa de la glorieta, así que caminé ronda arriba, hacia Atocha.
Una mujer muy guapa, con grandes ojos azules y no más de 50 kilos de peso estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Se abrazaba las piernas. Me quedé mirándola desde una parada de autobús. Otra mujer salió del bar cercano. Se colocó en cuclillas frente a ella, le cogió las manos y puso en ellas lo que parecía un enorme bocadillo envuelto en papel de aluminio y unas monedas.
Y no creo que fuera el bocadillo, ni las monedas. La tocó, la miró sonriendo y mantuvo el gesto el tiempo suficiente. Luego se fue.
La mujer del suelo la miró alejarse mientras repetía bajito: "Gracias, gracias, gracias..."
Y recordé una de las pocas frases que Toni Segarra había dicho sin atisbo de humor esa tarde, "en las crisis se venden muchos pintalabios".
Pequeñas cosas que nos devuelven el calor de la dignidad.
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