Venden tomates y pimientos, en cajas de cartón, sentados en
el patio que hay tras la tienda de artículos de playa de su madre.
Él con rastras erguido, ella acurrucada en su hombro, ambos sonríen.
-¿Me guardas un kilo?
-Vale, se lo dejo a mi madre que cierra a las dos.
-Hay tomates en casa, dice mi marido.
-Lo sé.
Antes pensaba que estaban equivocados, que perdían el
tiempo, que eran utilizados sin presentar oposición.
Y sin embargo, ya no estoy tan segura. Ellos sonríen, venden sus
tomates y les importa un bledo quién apunte sus nombres en su lista de seguidores.
Tal vez sean ellos los listos, y yo la tonta. A mi hay quien me ha apuntado en su lista de seguidores, pero no seguíamos lo mismo. Ellos lo sabían. Yo no.
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