domingo, 9 de junio de 2013

Constantes

Dos constantes en las imágenes que guardo en mi cabeza, reales o imaginadas.
Desde muy pequeña escuchaba música igual que leía, sin orden ni concierto, simplemente cogía libros al azar de la estantería del salón. Cuando alguno era demasiado para mi capacidad o madurez, lo dejaba, a veces torturada por no entender ni una línea, como me sucedió con "La Rebelión de las masas", otras simplemente aburrida.
Del salón pasaba a las estanterías de mis hermanos mayores. Eran periodos de libros de lectura obligada en los institutos o modas universitarias, que en alguna ocasión me hicieron sonrojar mientras leía sentada junto a mi padre. Allí estábamos, en una estampa apacible, y yo tenía entre las manos algo que era pecado seguro: "Últimas tardes con Teresa".

Leía a escondidas, en clase de matemáticas y a la hora de los deberes, ocultando la "novelita" bajo el libro de texto o la sábana, sobornando a mi hermana para que me dejara la luz. Envidio a mi hija porque no se marea al leer en el coche - creo que por eso me gusta el tren - y tal vez por todo ello, tiré "Las Benévolas" a un contenedor de papel cuando lo terminé. Si mi hija repite mis actos y yo le dejo hacerlo como mi padre hizo conmigo, algún día se topará con él. Demasiado devastador para encontrarlo por accidente.

Con la música fue similar.  Empiezas escuchando lo mismo que tus hermanos mayores, te aficionas a grupos y estilos "impropios" de tu edad. Tengo guardada la imagen de asombro de mi padre cuando con 12 años me escuchó a voz en grito aquello de "y es que me pica un huevo no sé qué voy a hacer..." de los Siniestro Total, un disco en el que aparecían los hermanos Dalton en la portada. Luego en el instituto, te especializas, te diferencias, los Smith - a los que mis hermanas, burlándose, llamaban cánticos gregorianos, por los gorgoritos de Morrissey -  Depeche Mode, Cure ... y mucho pop español.
Escuchaba música para aislarme estudiando con dos personas más en la misma habitación, una de las cuales necesitaba repetir en voz alta para memorizar. Supongo que de ahí viene el reflejo. Cuando necesito pensar, concentrarme, tengo que escuchar música. Curiosa la memoria - porque no deja de ser un tipo de memoria, ¿no? - reproducir las condiciones para provocar resultados similares.
Para conducir, para trabajar, hasta para cocinar. Si la actividad me resulta especialmente exigente, entonces ha de ser con auriculares. Llego al absurdo de quedarme sin batería mientras estoy corriendo y darme la vuelta. No hay disfrute si el ejercicio no tiene banda sonora.

Leía por prueba y error, escuchaba por imitación. Como se aprende. Exactamente igual que aprendemos cuando somos niños.
Al empezar este post pensaba escribir sobre la relación que mantengo con mis discos, y acabo de darme cuenta de que se ha ido transformando del mismo modo en que lo he hecho yo.
Voy a pensarlo, tal vez mañana lo escriba.


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