"Me he dado cuenta de que he tardado 50 años en entender la historia de Lázaro.
Creo que se resume en esto: el amor, cura.
A Lázaro nadie le atribuye ningún mérito en esa historia, porque no lo tiene. Es de quien supo quererlo."
... ... ...
"¡Ya sé quién eres!
Eres el niño del cuento de El rey está desnudo.
Supongo que cuando lo gritó, pensó: la he cagado. Pero no pudo dejar de gritarlo. La honestidad obliga, pero para reconocerla, hay que conocerla. La honestidad es un don y una maldición que no todos tenemos."
Una de las cuatro mujeres más inteligentes que probablemente conozcas.
viernes, 29 de agosto de 2014
miércoles, 27 de agosto de 2014
Amigas
No sé si a los hombres les pasa. No sé si es cosa de mujeres o es un tópico estúpido como tantos. Sí que conozco a mujeres que les sucede.
Necesitan ordenar sus armarios, sus rincones. Desprenderse de tantos trozos de cosas que se van acumulando con el paso de los días, en muebles y cajones.
Hay zonas de tu hogar que habitas, otras no.
Hay mujeres que se refugian en esas zonas y evitan las otras. Es en ellas donde arrinconan el caos.
Pueden no mirarlas, pueden incluso fingir que no existen. Y a veces pasa, que su espacio habitable se va reduciendo.
Hay mujeres que están rodeadas de personas que deberían quererlas. Incluso diríamos que las quieren, pero el interior del microondas donde calientan el café o la forma en que guardan el resto de carne picada que sobró, revelan que están solas.
Hay mujeres que se han acostumbrado a no ser queridas y el espacio que habitan, poco a poco, va menguando, hasta que se reduce al tamaño de un sofá.
Hay palabras amables cotidianas que son crueles, castigos que se infligen como regalos, egoísmos que se disfrazan de preocupación.
A veces limpiar un suelo de rodillas hasta convertirlo de nuevo en un hogar, es un acto de amor. A veces encuentras hombres que lo intuyen.
Necesitan ordenar sus armarios, sus rincones. Desprenderse de tantos trozos de cosas que se van acumulando con el paso de los días, en muebles y cajones.
Hay zonas de tu hogar que habitas, otras no.
Hay mujeres que se refugian en esas zonas y evitan las otras. Es en ellas donde arrinconan el caos.
Pueden no mirarlas, pueden incluso fingir que no existen. Y a veces pasa, que su espacio habitable se va reduciendo.
Hay mujeres que están rodeadas de personas que deberían quererlas. Incluso diríamos que las quieren, pero el interior del microondas donde calientan el café o la forma en que guardan el resto de carne picada que sobró, revelan que están solas.
Hay mujeres que se han acostumbrado a no ser queridas y el espacio que habitan, poco a poco, va menguando, hasta que se reduce al tamaño de un sofá.
Hay palabras amables cotidianas que son crueles, castigos que se infligen como regalos, egoísmos que se disfrazan de preocupación.
A veces limpiar un suelo de rodillas hasta convertirlo de nuevo en un hogar, es un acto de amor. A veces encuentras hombres que lo intuyen.
viernes, 22 de agosto de 2014
Cuando sea mayor, quiero ser vieja
Mi madre no es una persona mayor, es vieja.
Cuando te refieres a ella - o a mi padre, santo de su devoción - con ese término tan correcto, tuerce el gesto y te interrumpe: "¡no somos mayores, somos viejos!"
Me encanta eso de ella, es como un pequeño acto de rebeldía, de mala leche, o de saber vivir.
Yo también quiero ser vieja.
Me gustan los viejos y me gustan los niños, entre una cosa y otra una suerte de edad indefinida, un proceso de adquisición de prejuicios que te va domesticando, hasta que, si lo haces bien, llega la vejez y logra que casi todo lo que te quitaba el sueño, te importe bastante poco. Entonces puedes vivir deprisa o despacio, pensando solo en el hoy porque hay muchas posibilidades de que no haya mañana.
Viejos y niños. Unos antes de las normas, otros después. Ambos mirando la vida desde los bordes.
Cuando te refieres a ella - o a mi padre, santo de su devoción - con ese término tan correcto, tuerce el gesto y te interrumpe: "¡no somos mayores, somos viejos!"
Me encanta eso de ella, es como un pequeño acto de rebeldía, de mala leche, o de saber vivir.
Yo también quiero ser vieja.
Me gustan los viejos y me gustan los niños, entre una cosa y otra una suerte de edad indefinida, un proceso de adquisición de prejuicios que te va domesticando, hasta que, si lo haces bien, llega la vejez y logra que casi todo lo que te quitaba el sueño, te importe bastante poco. Entonces puedes vivir deprisa o despacio, pensando solo en el hoy porque hay muchas posibilidades de que no haya mañana.
Viejos y niños. Unos antes de las normas, otros después. Ambos mirando la vida desde los bordes.