lunes, 25 de marzo de 2013

Un cuento

Tengo fundados motivos para creer que la próxima generación será mucho mejor en todos los aspectos, que la nuestra. Tengo una enorme fe, en su capacidad para cambiar las cosas y ver el mundo desde una perspectiva más tolerante y respetuosa con lo que les rodea. Y si alguna vez me desanimo y pienso que está todo perdido, me basta con leer alguno de los cuentos que escribe una preciosa niña de 9 años (desde hace muy poco 10) para ver que no es así. Algo estaremos haciendo bien, cuando tenemos niños como ella.

Con permiso de esta pequeña-gran autora tengo el honor de publicarlo. Se llama Alejandra.

EL ÁRBOL DURMIENTE


Érase una vez, había un arbolito en un bonito jardín, el arbolito, que aun era pequeño, crecía fuerte y sano.

Los demás arbolitos siempre le decían:

-Que lindo, fuerte y sano eres, de mayor serás un árbol muy recto y bonito, me gustaría ser cómo tú.

El pequeño arbolito estaba orgulloso de si mismo, pero él no era presumido y siempre decía algo así: ”qué va, tú si que eres bonito” o “tampoco es para tanto, soy un árbol normal”.

Pero él sabía que él mismo era genial, aunque siempre decía que no.

Un día nublado empezó a llover, todos los árboles gozaban de alegría. Excepto el pequeño arbolito que presentía que algo iba a salir mal, intentó advertir a los demás pero no le hicieron caso.

De repente empezó a llover más fuerte y se encadenó una terrible tormenta. Cuando la tormenta terminó todos estaban bien excepto el pequeño arbolito, que ahora estaba torcido.

Al crecer los niños empezaron a jugar en él y ahora él era feliz.

Pasaron los años y el árbol cada vez se torcía más.

Un día los niños se levantaron corriendo para ir a jugar en él, pero en su lugar, sólo había un tocón torcido, muy torcido.

FIN



Nota del autor: esto que acabáis de leer no es un cuento, es un hecho que ocurrió de verdad, en mi jardín, pero así tenía que ser, si no lo cortaban ellos, él se caería por si solo, y, a lo mejor hacía daño a otros. Ese árbol llevaba ahí desde que yo era pequeñita y, un día, desapareció…

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